Chilango

Cap. 5 El ideal estándar

Los nacidos en Satélite ven todo diferente. Son su propio estándar. Antes de cumplir la mayoría de edad no tuvieron razones para salir de ahí. Satélite era todo lo que conocían y es la vara con la que miden el mundo. Muchos no están siquiera enterados de nuestros prejuicios. Esto generó códigos propios. De ahí los coches modificados, por ejemplo. «Por alguna razón traer una placa de Rush en el coche me hacía mucho más sentido en Satélite», asevera Joselo, guitarrista de Café Tacaba, hijo pródigo de Naucalpan. Como afirma Ángeles González Gamio, directora general del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, «Satélite surgió como una buena colonia que, a pesar de estar en el Estado de México, no era como Neza, sino que tenía instalaciones modernas. Por eso los que se fueron para allá ni siquiera salían, no lo necesitaban, y cuando venían, decían ”voy para la ciudad” como si fuera algo muy lejano. Todo eso generó un sentimiento de envidia capitalina, de ahí surgió el término “sateluco” dicho en ese tono despectivo».

Acerca de la rivalidad con los chilangos pone el dedo en la llaga: «Si los satelucos nos desprecian es por lo mismo, ¿de qué otra forma iban a reaccionar si los vemos como chusma?»  

Jorge Hipólito, dj y ejecutivo de la disquera Noiselab mejor conocido como el Negro, nos ofrece una visita guiada. Es sateluco orgulloso de serlo. Vivió feliz una infancia llena de amigos, juegos, futbol americano y hamburguesas. Iniciamos en las famosas Aguas de la Zona Azul, punto de reunión obligado de familias y amigos. Pruebo el agua de fresa y coco, él pide zanahoria rayada con limón y chile. No encuentro ninguna diferencia con las aguas de cualquier mercado. «Aquí hay de todo» es una afirmación constante. Sigue el Parque Naucalli, la mansión de Miguel Alemán (faltaba más) y por supuesto  sus monumentos culturales: Las torres, Plaza Satélite y Mundo E. El Negro es sateluco casi militante, hace unos meses guió a Glen Hefland, artista conceptual de San Francisco, que estaba realizando una maestría acerca de los suburbios. «Ya voy a cobrar», dice con una sonrisa. 

Pero a pesar de tanta alusión a la forma de vida norteamericana, mexicanos finalmente, se enorgullecen también  de sus taquerías. El Negro menciona como obligadas Las Carnitas Alfonso en Gustavo Baz, Los Parados en Echegaray y Los Arcos en Lomas Verdes. También celebra las cervecerías locales como El Barrilito, donde los domingos acostumbraba reunirse con Joselo. Cuenta el negro de sus pasiones: de entrada, la música y el nacimiento de Café Tacvba, de quienes alguna vez fue manager. El pequeño Kindergarden a unas  cuadras de su casa donde conoció a Emmanuel del Real tecladista del grupo. Anécdotas extrañas. Como la del cura que para recolectar dinero para terminar su iglesia permitía que se organizaran “tocadas” en las que desfilaron Bon y los Enemigos del Silencio y las Insólitas Imágenes de Aurora, el antecedentes de Caifanes.  

Son muchos pequeños placeres los que llenan la vida del sateluco.

Erick Neville, guitarrista del grupo Dildo, disfrutara  el partido de los Acereros  de Pittsburg (por supuesto) mientras comenta las nuevas hamburguesas Carl´s Junior.  Pequeños placeres que para las pretensiones de un condechi o un coyoacanense parezcan incomprensibles pero hacen mucho sentido en personas contentas de vivir fuera de «la mierda del Distrito Federal», como dice Erick. Él es feliz de vivir en este lugar que sus padres soñaron lleno de eterna tranquilidad. A su esposa la conoció porque es prima de un amigo del barrio. Ahora viven en la misma cuadra. Afirma que hay quienes se van del DF renegando, diciendo que «ya salieron del Bronx», pero son pocos y mal vistos. Padre de familia, señala que Satélite es un lugar donde los niños todavía pueden jugar en la calle, donde los vecinos se conocen. Tal vez su único problema es el denso tráfico para ir a trabajar.«pero te acostumbras. Desde mi primer trabajo siempre me he tenido que desplazar al Distrito Federal. El 80% de los satelucos trabajamos allá.»  

Por otra parte, hay de satelucos a satelucos u no es lo mismo los riquillos que viven Novelistas, Economistas e Historiadores que los que viven más modestamente en Escultores, Músicos y Actores. 

Como quien dice, también hay clases. La mano de obra proviene de fuera, Zocoyehualco y Tlalnepantla. Los “Izcalucos”(provienentes de Cuautitlán Izcalli) que invaden sus discotecas el fin de semana son tan mal vistos como los satelucos en la Condesa. 

En general, el habitante de Satélite se asume de clase media ALTA, así, con mayúsculas. Un estrato social que, sin ser de potentados, puede gozar de los placeres de la vida. Uno de sus principales valores es esa oportunidad de disfrutar de los gadgets que simbolizan  el confort y la modernidad. Sus iPod´s, Vds., Palms y demás etcéteras son partes del “deber ser”. Escuelas privadas manejadas por congregaciones religiosas son germen de educación y adoctrinamiento “decente”. También se ufanan de que la secundaria pública Benemérito de las Américas, donde por cierto estudiaron Erick y el Negro, esta en uno de los circuitos más pudientes. Son tantos los estudiantes con coche que la calle no alcanza para que se estacionen. «No somos ricos—dice Erick— pero podemos comprar un CD o un DVD original, comer en restaurante, tener coche.» 

Lenta e inexorablemente va desapareciendo aquel idílico Satélite de la infancia del Negro y de Erick. Ya no existe el autocinema, ni el cine Apolo, ni el Bol Plaza, ni Eskatorama. La inseguridad ha borrado prácticamente  las bardas chaparras. El tráfico crece como un cáncer, poniendo sobre el horizonte un posible segundo piso. Al respecto comenta el Negro:«La inseguridad es la misma que en toda partes. El mayor problema es el tráfico, que entre semana puede ser insoportable». 

Probablemente sean más las coincidencias que las diferencias con los mexiquense. No hay peor ciego que el que no quiere ver y nuestro desconocimiento del Estado de México es profundo. Desde Amecameca hasta Tecamachalco , pasando por el convento de Tepotzótlan, las mansiones de Chiluca y el condado de Sayavedra, hay un universo a tiro de piedra. Sólo se requiere querer conocerlo.