Que si la estructura es endeble y
no soportará los temblores, que si costó mucho dinero y no resolvió los
problemas de tráfico, que si afea el paisaje urbano y no tomó en cuenta la
opinión de los peatones
, que si fue una obra de promoción política para el gobierno
de López Obrador.

Está claro: el segundo piso es
objeto de encarnizadas polémicas, y no escasean los detractores, quienes
comentan que "hubieran invertido esa lana en líneas de metro o en mejorar la
infraestructura del transporte público." Ahora ya es muy tarde para lamentarse.
La utilidad de esta elevada trama de concreto es irrebatible, y siendo
sinceros, quien de ustedes no ha declarado que "la ciudad se ve bien bonita
desde los carriles del distribuidor."

La monstruosidad del segundo piso y sus circuitos
adyacentes renovaron la estampa de nuestra ciudad: su construcción fue la
intentona por mantenernos a flote, un último esfuerzo desesperado por no morir
derretidos en el atasco de las horas pico.

Lástima que las soluciones
acarrean nuevos conflictos: camiones que caen del cielo, curvas imposibles que
dejan a los conductores al borde del abismo
, accidentes fatales, y la
implantación de casetas para costear la inversión de algunos tramos.

Sea como sea: tenemos nuestro
segundo piso. Mugroso, caótico y medio cucho, eso sí; pero segundo piso después
de todo.
Y aunque algunos se emperren en despreciarlo, es difícil negar que -en
ciertas ocasiones- sus ángulos y perfiles arrojan imágenes de extraordinaria
belleza.