Chilango

Sticker: la necesidad de decir y soñar

Paris A. Salazar

De niños pegábamos estampas vistosas de caricaturas y superhéroes en cuadernos y libros para personalizarlos, a pesar de los regaños de papás y maestros: era casi un ultraje, una ofensa a la patria educadora. Ahora, como adolescentes, para algunos pegar estampas se volvió vicio, adicción, arte y acto de desobediencia contra las autoridades.

Hay quienes piensan que los stickers son caricaturas ociosas que ensucian los semáforos, señalamientos, paraderos, postes, cortinas, vagones del metro y edificios de gobierno, pero también es una forma de tatuar, acariciar y dejarle un recuerdo a la ciudad de parte de los chilangos.

Platicamos con Triton, artista urbano chilango, quien lleva siete años desafiando a las autoridades, dejando huella de su paso por la Ciudad de México. Los stickers, dijo, son “un símbolo de identificación gráfica, con la firma y sello personal con que se quiere ser reconocido en la crew (grupo) y en las calles”.

¿Su objetivo? Diversión y adrenalina: una forma de confrontar “el orden y la solemnidad de la ciudad”. Aunque también sirven para “mostrarte y apropiarte de la ciudad, sentirla tuya. Si no es clandestino e ilegal no tiene valor”.

Triton chilango (Paris A. Salazar)

¿Cuál es el antecedente del sticker?

Viene del street art y de la expresión callejera. Inició como la identificación personal y de las crew primero como tag en el barrio y la ciudad para diferenciarse de los otros, con tipología singular, alejada de los patrones del abecedario. Ya no son las letras ilegibles, pero ahora tiene que ser algo más rápido para no darle oportunidad a la policía que te atrape y por eso se hizo una ilustración adherible.

Caricia citadina (Paris A. Salazar)

¿Por qué usar imágenes y no las letras?

Cada vez somos una sociedad más visual y las imágenes son más fácil identificar, de recordar que las letras. Además los chavos encontraron otra alternativa de personalizar su firma, de ponerle creatividad, alegría, diversión e ingenio a la desobediencia. Además es un reto no plagiar el diseño de otro, puede ser un dibujo, un garabato, pero es personal, único.

¿Cómo se elige la forma, la imagen?

El tamaño y la forma son decisión de cada uno, pero entre más grande es el sticker, el reto de colocarlo sube y al hacerlo es un logro mayor. Se toma algo que te identifique, algo que sientes, que puede representar rebeldía, irreverencia, que será casi casi casi tu huella digital, el tatuaje que quieres regalarle a la ciudad, algo que sorprenda.

Sello personal (Paris A. Salazar)

¿Qué los incita a realizar la pega de los sticker?

La necesidad de decirle a los demás “aquí estoy” y “aquí estuve”, además de desafiar a las autoridades, por eso se pegan en edificios, fachadas y mobiliario urbano. También se utiliza como medio de identificación de grupos y hasta para delimitar territorios por parte de ciertas crew

¿Cuál es el mayor reto de un artista urbano que realiza la pega?

Colocar tu imagen en el lugar más visible, más público, el más vigilado, en el lugar que sabes que si te atrapan irás a las galeras del ministerio públicos. Los edificios públicos, en cristales, puertas, ventanas, el metro, el metrobus, en los colores de los semáforos, ahí donde te la rifas y está el riesgo, donde expones el pellejo.

Invasión artística (Paris A. Salazar)

¿Quiénes hacen sticker?

Hay quienes compran las estampas en blanco en las papelerías y ellos dibujan a mano alzada su sello personal, otros van a las imprentas y mandan hacer sus stickers, el ciento anda en unos $120 pesos dependiendo el material y el tamaño. Las pegan las hacen tanto hombres como mujeres, desde los adolescentes hasta los adultos. Conozco a una señora que acompaña a su hijo de secundaria por las noches a pegar sticker y ella también tiene el suyo, es una Betty Bop que también coloca cuando va de camino a su trabajo.

Yo soy el camino (Paris A. Salazar)

El debate y los dichos seguirán sobre si son dibujitos que ensucian la ciudad o arte callejero, lo cierto es que hay quienes viven y se manifiestan en los espacios públicos, que comparten sus ideas e interpretación de la realidad de una manera divertida e irreverente.

Más allá de si es o no un rayón clandestino, sin sentido y vandalismo, los cierto es que se transformó el barrio en una galería, la ciudad en un museo ambulante, con entrada libre, curaduría colectiva y la muestra se cambia a ella misma conforme su propia necesidad de decir y soñar.