Chilango

Belleza y locura en las pinturas de José Manuel Schmill

Foto: Rodrigo Ceballos

José Manuel Schmil (Foto: Rodrigo Ceballos)

–Por Oswaldo Betancourt L. @rockswaldo 
(Sugerencia: Dale play al video y lee la nota con esa música de fondo)

Algunas de las piezas más originales de la pintura mexicana no están en un museo, sino en el octavo piso de un departamento cercano al metro Tacubaya, lugar donde vive José Manuel Schmill Ordóñez.

Este pintor chilango nació el 21 de abril de 1934, su papá era ingeniero de Luz y Fuerza y su mamá se dedicaba al hogar. Empezó a pintar después de los siete años y desde entonces no ha dejado de hacerlo.

Su obra se ha exhibido en el Museo de Arte Moderno de París, el Guggenheim, el MoMA y otros lugares. Sus cuadros han compartido la pared con el talento de H. R. Giger (el creador de Alien) y Marilyn Manson; también han ilustrado las portadas de álbumes de las bandas mexicanas de metal Luzbel y Decibel.

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Esqueletos de murciélagos, cabezas de maniquíes, bustos de neandertales, grandes espejos en la pared, libros y VHS empolvados. Toda clase de objetos fuera de lo común ambientan el espacio. La sala está repleta de pinturas, muchas con la cara hacia la pared, otras apiladas, como platicando en secreto entre sí. El lugar parece la guarida de un dragón que protege su tesoro.

Su cuarto es más pulcro. Tiene varias bocinas, enormes, para escuchar a Frank Martin, Aram Jachaturián, Samuel Barber y Howard Hanson.

Es nuestro primer encuentro y estamos solos por un rato hasta que llega Sonia, la menor de sus hijas, quien también es su mánager y representante legal; cuando ella está alrededor, él sonríe, bromea. Está alegre.

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En mi segunda visita únicamente somos él y yo. Al principio se nota incómodo. Ojalá hubiera venido su hija, pero después de un rato entramos en confianza, me deja esculcar su laberinto de óleos y pasteles y me pierdo entre ellos. Schmill se considera un pintor clásico, domina varias técnicas y le encanta hacer retratos, paisajes y desnudos femeninos (nunca masculinos).

El resto de las imágenes que salen de su cabeza no se ve en cualquier lado; son monstruos, rostros desfigurados, cuerpos putrefactos y escenas desquiciadas. Su obra está dividida entre lo bello y lo horroroso, una especie de Jekyll y Sr. Hyde, del libro de R.L. Stephenson.

Los rostros más recurrentes en sus lienzos son los de Dorian Grey, Beethoven, Nietzsche y Tolstoi. Y no es que sea seguidor del trabajo de cada uno, sino que le gusta la fisonomía de estos personajes. «Se prestan para hacer obra plástica».

La formas trazadas por Schmill tienen ciertas semejanzas con las de artistas como Egon Schiele, Arnold Böcklin, Francis Bacon y John Singer Sargent; sin embargo, las comparaciones son un golpe duro a su orgullo, por eso siempre aclara que todo su trabajo es original. Si llega a tener alguna inspiración, la hace explícita, como en el cuadro de una araña sonriente. «Está basada en la idea de Odilon Redon», aclara. 

Schmill expuso en Bellas Artes allá por 1960, pero desde hace varios años los museos ignoran su trabajo, al menos los de nuestro país. «Es por envidia, porque sé pintar y los demás no», exclama.

Una de sus joyas más preciadas es un compendio de notas con todo lo que se ha escrito de él. Al hojear la carpeta se asomó una foto en blanco y negro de cuando tenía mi edad, se compara con Elvis Presley e inclusive me dice que él era más guapo que el cantante. También tiene cierto parecido con Pedro Infante, por el bigote.

Es egocéntrico y soberbio, se considera uno de los mejores pintores del mundo, aunque al mismo tiempo asegura que no le importa lo que piensen los demás.

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Nos reunimos una última vez para hacerle una sesión fotográfica y seguimos hablando.

«Ni madres», responde cuando le pregunto si cree en la obra terminada. Schmill vuelve a trabajar sobre sus pinturas viejas, les agrega detalles o, por el contrario, empieza nuevos cuadros que deja inconclusos y en el olvido… hasta que se reencuentre con ellos y decida retomarlos.

Termino de comprender en gran parte su personalidad cuando me confiesa que desde su infancia no soporta ningún tipo de institución o autoridad, por eso se divorció dos veces, por eso no terminó la escuela y por eso no cree en Dios, sólo en la inminente fuerza de la naturaleza. Lo suyo es la libertad absoluta, sin ningún compromiso.

Prueba de que pinta diariamente es que presume un retrato de Brahms, todavía fresco. Me muestra algunos de sus cuadros favoritos, entre ellos, un autorretrato, un rostro de Cristo y los ojos de un hombre lobo. Como no los quiere vender les pone precios altísimos, así, si alguien se anima a comprarlos, tendrá que pagar una suma estratosférica.        

Entonces voltea y me pregunta: «¿Cuántos me vas a comprar? ¿Ése? Tus amigos te van a decir que estás loco» y suelta una carcajada.

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José Manuel Schmil Ordoñez (Ricardo Ceballos)

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