Chilango

Música, minimaestros

Foto: Isabel Silva

Hay un espacio en la Roma para que los más pequeños descubran eso que nos emociona y que llamamos música: pero tú, papá o mamá, debes participar. Créenos, está de variedad.

En calcetines, sin zapatos, estamos todos sentados en el suelo del salón. Un niño se inquieta y llora, pero ni la mamá ni el profesor se inmutan; otra niña descubre que cabe perfectamente en un hueco que se hace entre dos cubos del salón, nadie  se agobia; otro bebé se levanta, juega con la nada, nos da la espalda. No importa.

De pronto el profe empieza a hablar fuerte, medio cantando y actuando con las manos, tocando un piano imaginario. Ahora sí, todos, bebés y adultos, lo miramos. Captó nuestra atención y así comienza la clase de Iniciación Musical.

Es una delicia ver a los niños –de entre uno y tres años– durante la sesión: chiquitines, regordetes, torpes, desinhibidos, naturales. Pero aquí no se trata de ir a verlos, sino de tomar la clase con ellos, y lo más interesante son las reacciones e interacción de los papás con sus bebés –y las mías con mi sobrina–.

Es una oportunidad para estar en un espacio libre de distracciones, relajado, en armonía, con la sola intención de compartir un juego, movimientos, expresión corporal, ritmos, melodías. “Con la música el proceso es menos elaborado racionalmente, se siente y ya está.

No se trata de una clase en la que haya trabajo técnico, movimientos rígidos, sino que aporta una experiencia de libertad, entre lo que se escucha y lo que se siente”, dice Viridiana Olvera, quien dirige y es socia del Centro de Artes Escénicas (CAE Roma), junto con José Manuel López Velarde.

La clase de Leonardo Mortera, profesor en la Escuela Nacional de Música desde hace muchos años y especializado en trabajo con niños, se basa en tres elementos: el ritmo, la melodía y la armonía.

Durante la clase se vuelve evidente que el niño desarrolla naturalmente una parte cognitiva, social, emocional y motriz: escuchan cada vez con mayor atención, observan a los demás, imitan los movimientos y se esfuerzan por hacerlos mejor, o improvisan y descubren la reacción que eso provoca en los que los miran, se ríen contagiados por la alegría del ambiente.

Y los papás se van soltando para participar en los bailes y ejercicios, y cantan divertidos por esta pequeña fiesta. Seguramente, una situación que no sucede en casa, en la cotidianidad, tan a menudo como quisiéramos.

 

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