Chilango

Sala ‘Bióloga María Eugenia Díaz Batres’

Foto: Andrea Tejeda

La colección nacional de insectos no es ni por mucho la más grande de México, pero sí la más grande abierta al público. No puede compararse con los 1,722,771 ejemplares de la del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México, la cual, sin embargo, únicamente está destinada para investigación. La del Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental tiene una función divulgativa, por eso su guardiana continuamente da pláticas a grupos pequeños. Les expone los mitos y curiosidades de los insectos, y su importancia dentro del ecosistema. A veces le piden ver alguno en específico. No lo busca en la base de datos. Conoce este espacio como la palma de su mano y, sin titubear, va a la gaveta correcta y lo lleva. También realiza algunas exposiciones en una salita ubicada junto al vestíbulo del museo, que en sus inicios servía como fumador –cuando se permitía “echar un pitillo” en espacios públicos–. Jamás imaginó que sería una prueba del reconocimiento a su larga trayectoria: 40 años de curaduría. 

En agosto pasado, la “Sala de Entomología” fue renombrada. Ahora en una bonita placa se lee: “Bióloga María Eugenia Díaz Batres”. Para ella, este reconocimiento es una de sus mayores satisfacciones y un impulso para seguir adelante. En 2012 montó en ese lugar su exposición, que se basa en una guía visual recién publicada llamada Mariposas de Chapultepec y en la que colaboraron su esposo y su hija. Este libro es el resultado de casi 20 años de investigación sobre las poblaciones de mariposas que habitan en el Bosque de Chapultepec. “El proyecto inició con una sencilla pregunta: ¿qué especies habitan en el bosque? Así, con binoculares y red en mano, en 1995 salí a realizar mi primer muestreo y colecta. Me sorprendió saber que existían más de 89 especies y encontré una que ni siquiera se había documentado. Casi 10 años después, en 2004, realicé mi segundo muestreo pero para entonces sólo encontré 46 especies”. 

La disminución, según María Eugenia, no sólo había sido en variedad sino también en cantidad. Para su última colecta, en 2008, localizó poco más de 30 especies. La baja en las poblaciones de insectos como las mariposas resulta preocupante debido a su papel como bioindicadores del ambiente. Es decir, de la salud del ecosistema. “Son como el canario en la mina. Si desaparecen, algo no está bien”.

María Eugenia intentó avisar a las autoridades, comenzando con las del museo. Pero antes necesitaba conocer por qué desaparecían estos insectos. La respuesta fue sencilla: la escasez de flores. “La última vez que vine a muestrear había varios jardines alrededor del parque. Pero en 2004 habían desaparecido. Donde hay flores habrá mariposas, pero si las primeras desaparecen las otras se irán también”. Ahora, para resolver el problema se prevé la creación de jardines, tanto cerca del museo como en otras secciones de este pulmón de la ciudad.

Visitar el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental, ese extraño edificio de estructuras semiesféricas que durante la década de los sesenta fue considerado uno de los más modernos de su tipo y que hoy, bueno, hoy sigue en pie, parece una especie de ritual obligatorio por el que muchos chilangos –si no es que todos– hemos pasado al menos una vez. Después de tanto tiempo María Eugenia es una especie de historiadora no oficial del sitio. Ella conoció a todos sus directores y vivió las venturas y desventuras de este lugar. “Era un museo de vanguardia. Un sitio hermoso con una arquitectura innovadora. Sus salas tenían información al día y captaba una gran cantidad de visitantes, tanto nacionales como internacionales”, dice. Hoy, casi 50 años después, aún se aprecian algunas bondades de este lugar que nació a la par del Museo Nacional de Antropología e Historia. Aunque su futuro fue muy diferente. María Eugenia cierra los ojos y hace un balance entre el pasado y el presente. Reparte culpas entre quienes pudieron hacer algo pero dejaron que el color de los domos se desgastara y las exposiciones se volvieran obsoletas. “El gran problema, además de la falta de recursos y el poco interés que han mostrado políticos y gobernantes, es que desde sus inicios el museo haya sido desligado de instituciones como la UNAM o el IPN“.

Cuando se inauguró, en 1964, el museo pasó a ser responsabilidad del Departamento del Distrito Federal, desvinculado de los sitios donde se realiza la ciencia en el país. Hubo que esperar a finales del siglo pasado para que alguien tomara conciencia de las precarias condiciones del único museo de Historia Natural en el DF (recientemente se abrió otro en Ecatepec, pero por parte del gobierno mexiquense) y se acordara realizar un plan de reestructuración que sigue en curso. “Con esfuerzo puede mejorarse mucho. Poner al día su información, mejorar las instalaciones, modernizarlo, que vuelva a ser un sitio donde se aprende ciencia de primera calidad y actualizada”, dice. Sin embargo, algo le preocupa. Sabe que el momento en que tenga que retirarse y decir adiós a su colección está cada vez más cerca y, sin alguien que quiera ocupar su puesto de vigía, el trabajo de tantos años podría simplemente desaparecer.

“He preparado gente para cuando me marchePero los jóvenes entomólogos no quieren quedarse. No los culpo. Los que estamos, es más por amor al arte que por el sueldo o las prestaciones, pues el museo apenas subsiste. Cuando veía cómo poco a poco se desatendían más de él y del trabajo que hacíamos aquí, pensé en abandonarlo. Ganaba más por menos horas en una secundaria donde trabajaba los días que no venía a Chapultepec. Pero decidí continuar cuidando esta colección. Hacer lo que te gusta, y que te paguen por eso, aunque sea poquito, te permite sentirte realizado y franquear obstáculos. Eso es lo que he logrado con mis bichos.” FIN.

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