En cuanto a decoración y ambientación es la réplica exacta que el Primos de la Condesa (mismo piso marmoleado, mismo mobiliario, mismos acabados en madera con tonos achocolatados y el mismo letrero que anuncia comida de barrio).

Ahora, el concepto, en cuanto a la oferta en comida varia un poco: la carta está mucho más españolizada (léase comida de barrio: las tapas), con algunos bocadillos de fácil preparación, así que, si te gusta la torta ahogada con carnitas de pato, mejor regrésate al de la Condesa.

Para empezar manejan una selección de tapas y montaditos, en donde puedes encontrar las clásicas croquetas de jamón, o los calamares a la romana: una porción generosa que no viene, como en muchos lugares mal acostumbra, hechas chicharrón sino con un ligero capeado y la salsa tártara de sabor agrio para acompañar. Lo malo, es que mientras esperas no llega el pan (de su panadería también de barrio) nunca llega al centro de la mesa y, honestamente, se extraña.

Para seguir hay sugerencias de temporada (del clásico solomillo con papas al salmón ahumado) y varias sugerencias de mar. Si prefieres no arriesgarte un platillo sencillo y bien preparado es el sándwich con res, cebolla caramelizada y el toque picante de la mostaza Dijon. Viene acompañado con el jugo de la carne (de un tamaño nada modesto) para que remojes el pan, puedes comerlo sólo pero resulta un poco seco, y una dotación de las papas a la francesa, delgadas, extra crujientes y con poca sal.

Manejan varios vinos al copeo, cerveza de barril y coctelería; es una lástima que al inicio de la comida no te ofrezcan una carta de bebidas y que a eso se le sume la presión de los meseros para ordenar una copa de vino (de las que desconoces, claro, los precios).

Es recomendable reservar o visitarlo los primeros días de la semana alrededor de las seis, tendrás el lugar para ti y al servicio más atento.