Cuando escuchamos Cuicuilco, es común pensar en una pirámide –o lo que queda de ella–. Lo cierto es que poco remite a propuestas gastronómicas. Es por eso que dentro de Plaza Inbursa abrió Pagua, un restaurante que tomó su nombre de un tipo de aguacate y que busca evocar el estilo de vida relajado y campirano propio de la zona.

El lugar está enmarcado por el parque ecológico de Loreto y Peña Pobre, así que espera respirar un poco de aire fresco. Al primer paso que des dentro del local, pensarás que estás dentro de un tablero de Pinterest. Maderas, plantas, tonos grises y azulados componen la postal decorativa, y en días soleados hay que aprovechar su terraza.

Pero vayamos a la parte interesante: el menú. Ahí encontrarás los hits habituales como tostadas de pescado, tuétanos para taquear o ceviche de portobello –al que hubiera agradecido un poco más de sal–. En contraparte, la crema de frijol a los tres chiles con rabo de cerdo es un acierto, especialmente si el clima invernal lo amerita.

Entrando a los fuertes, dominan la carne roja como el lechón, la chuleta o la caña de costra con café oaxaqueño que, honestamente, me quedó a deber. Tal vez le debí de haber dado oportunidad al pulpo a las brasas. En el apartado feliz –o sea, el de los postres–, probé tres: un mousse de coco con mango y lychee, la gelatina de agar de jamaica –un tipo de gelatina de algas– y la terrina de chocolate con chile mulato. Aplausos para este último.

Pagua tiene poco tiempo de vida y culinariamente su cáscara está un tanto verde. Hay que envolverlo en periódico y meterlo al horno para sacarlo en unos meses y descubrir si ya maduró