Este bistro oriental ofrece una ecléctica selección de platillos orientales: chinos, hindúes, tailandeses, japoneses y, por qué no, algo de fusión. La relajante terraza con árbol de jacaranda incluido sería perfecta si no fuera por una lista de inconvenientes aunados al, siempre dispuesto, pero muy confundido servicio. Platillos de segundo tiempo en el primero, vinos que parece que hay pero no y una ensalada que llegó de postre. De la cocina fusión nacen unas costillas BBQ, bien cocinadas, de buena calidad y presentación, carne doradita y una salsa tipo thai con ciruela y ostión muy sabrosa, todo con una lluvia de ajonjolí tostado. Aquí se pueden pedir varios platillos y compartir al centro, como los camarones nut, con cebollín y trozos de nuez. En la salsa se percibe un ligero picor que complementa el sabor del camarón crujientemente capeado. La cazuela crocante es mejor evitarla, ya que se ve mejor de lo que sabe. El pollo citrix, con un ligero toque acidito que le da la rayadura de limón, es muy similar en sabor y presentación. En este punto, los sabores que al inicio fueron una sorpresa empiezan a llevar hacia el hastío. De postre la ensalada tardía, con la lechuga aguada por el aderezo en el que ha permanecido tanto tiempo, ya no tiene salvación, ni por los toques de chabacano y manzana que son como caramelitos. Un concepto gastronómico interesante y con mucho potencial pero, desafortunadamente, lleno de descuidos. La carta de vinos es escasa en cuanto a blancos y los pocos que aparecen están agotados. El arroz al vapor está seco y mal cocido. El crujiente de los platillos se ve mejor de lo que sabe, las sillas sucias y el servicio… el servicio… Sí, el servicio confundido.