Este restaurante se especializa en mariscos y pescado. Algunas mesas están sobre la banqueta y otras en un comedor en forma de chorizo en la parte interior, decorado de manera muy minimalista en blanco y al fondo una gran pantalla de plasma en la que transmiten programas de deportes. Al llegar al lugar se te antoja sentarte en la sección de afuera, pero después de un rato de estar escuchando al organillero, el mismo bolero que pasa cinco veces, el señor que vende cerezas, el que canta, el que te ofrece plantas, te atarantas y quisieras correr al comedor de adentro, pero ya no es posible porque todo está lleno. En tu mesa tienes todo tipo de salsas, limones y demás condimentos para tus mariscos. Entre los platillos típicos del lugar están las quesadillas rellenas de jaiba: vienen condimentadas con hierbas de olor, cebolla, chile y jitomate, y con la cantidad justa de grasa para que la tortilla esté crujiente. Al morderla se mezcla el sabor dominante de la carnita suave de la jaiba con lo frito y crujiente de la tortilla, haciéndola una excelente quesadilla. Los sopes vienen con camarón picado sobre frijoles y queso. La masa de maíz sabe a recién hecha y no es muy gruesa, así que la combinación es muy buena. Entre los platos fuertes hay camarones en miles de presentaciones, pero si te gusta lo picoso no dejes de probar los camarones a la diabla, que en la porción vienen seis de tamaño grande y mariposeado, sobre una cama de arroz y bañados en una salsa de crema y chile chilpotle deliciosa. Predomina el sabor del chilpotle, por eso es tan picante. El servicio es muy bueno y el lugar se ve limpio por todos lados, lo que te permite comer con tranquilidad. El ambiente es oficinista, por lo menos entre semana, ya que está ubicado en una zona ejecutiva y se presta para hacer una comida rápida.