Elegancia, tranquilidad y una cantante de ópera ambientando una velada esplendorosa mientras degustas el delicado, pero sublime caviar: esto es todo lo que no vas a encontrarte en La Valenciana pero, ¿a quién le importa? Aquí seguro sales bien comido y si te lo propones, bastante bien bebido.

El menú de esta cantina es tan vasto como los vestuarios de Juan Gabriel (un besote donde quiere que esté). Puedes comenzar con el exquisito jugo de carne, su caldo de camarón (logra un contraste de sabor muy interesante con la cerveza bien fría) o la sopa de fideo. Las botanas son excelentes y los jueves les agregan carnes al carbón.

De plato fuerte puedes pedir un anafre a la piedra de camarones gigantes si lo tuyo son los mariscos. Las carnitas, chicharrón en salsa verde y el pollo al chimichurri también son buenas opciones para pasarla bien. Pero sobre todo, imposible no hablar de uno de los platillos que más destacan: sus molcajetes. Alcanza para dos personas.

Pero ahora sí, hablemos de lo que a todos nos interesa: el calentamiento global. Hablando en serio, las bebidas son por lo que muchos de los comensales vienen. Las micheladas son deliciosas y van muy bien con cualquier cosa que pidas de comer. La Valenciana no lleva el nombre de cantina por nada: está bastante bien surtida en licorería. Todos los tragos los sirven en frente de ti; ni modo, ya no hay excusa de que “te metieron algo en la bebida”.

Como buena cantina, el ambiente es bastante divertido. Que no te sorprenda encontrarte grandes grupos de oficinistas los viernes. El lugar tiene espacio suficiente para bailar, pues cuenta con otra sala de luces rojas en donde puedes moverte al ritmo de música mexicana y cubana, o sentir que estás en una canción de Maldita Vecindad.