Hoy ya a todo se le llama bistro. Las fondas más chic hacen uso de términos afrancesados, aunque en la carta ofrezcan especialidades italianas o mezcolanzas fusión. Esta sucursal de La Crepe abrió el verano pasado y ofrece, entre otras cosas, una amplia variedad de paninis, ensaladas y tartines. La decoración es tan vanguardista que resulta fría. La clientela más frecuente es la gente de las oficinas de la zona que busca un paquete a buen precio, como la Crepa Provençal, la más sencilla de las variantes, que viene con una fresca, crujiente y saludable ensalada de lechuga, un poco pasada de aderezo hecho con vinagre balsámico.
El tamaño de la crepa es razonable por el precio, la salsa de jitomate tiene un rico sabor condimentado con orégano, que por el calor se mezcla con el queso, lo que le da una agradable textura cremosa, aunque por lo general le falta sabor a pesar del jamón. Plato tras plato, el resultado es que no acaban de sorprender. Se quedan en el punto de sabor ambiguo, insípido, aunque con buenas intensiones.
El servicio es amable, a veces descuidado, sobre todo en la limpieza del piso y de los asientos. El panini toscazo, con prosciutto, mozzarella, pasta de aceitunas y jitomates deshidratados en crujiente pan planchado, es de lo más rescatable. La combinación de sabores salados del jamón se equilibra con el agridulce del jitomate deshidratado; sin embargo, el sabor de la pasta de aceituna nunca se siente y la porción es muy pequeña. Es uno de esos lugares que con un apretón en servicio y cuidado en la preparación podría ser muy bueno. El lugar “tiene onda”, los nombres afrancesados también, solamente falta dejar en el visitante la sensación de querer volver irrenunciablemente.
Y para los que trabajan cerca, es bueno que sepan que no aceptan vales de restaurante, porque hay quien ya vivió la penosa experiencia.