Afuerita de la zona más concurrida este templo al pato se encuentra en una majestuosa casa reacondicionada. Kaczka (se pronuncia ‘kashka‘) significa pato en polaco y se necesita ir al menos 12 veces para probar el mismo número de especialidades hechas con kaczka. El servicio es impecable y siempre se puede esperar una cortesía del chef que llega justo cuando más hambre se tiene. Los meseros ofrecen de inmediato un trago de Zúbrówka, helado vodka, con apariencia de aceite, es el peligroso aperitivo de la casa. Aquí no hay necesidad de apresurarse, a esta comida es indispensable dedicarle varias horas e ir con la compañía adecuada para probar desde los platillos ligeros pero condimentados, como las ensalada de arenque con suprema de toronja (excelente contraste de sabores) o la sopa típica de betabel (Barzscz) que se presenta como un limpio caldo de color y sabor intenso. Hay una lista interesante de especialidades polacas hechas de res, cordero, salchicha, conejo pero en definitiva el pato es irrenunciable, guisado u horneado, con sabores dulces o salados, con o sin hueso, especiado o simplemente rostizado, la guarnición de arroz salvaje y el incomparable puré de papa, de textura lisa sin demasiados condimentos que sabe a papa pura, son una buen complemento. De día, aplica el atuendo casual, de noche es más cómodo un toque más formal. Tras el atracón el digestivo te de regaliz con jamaica, manzana, comino y nuez aliviana la pesadez. El descorche es una muy buena opción para abrir una de esas botellas guardadas para un momento especial. Llegar al postre es un reto.