El restaurante japonés Deigo es una de las pocas opciones en la ciudad para comer sushi exótico. Atención a la hora de la llegada porque sólo tiene un pequeño cartel a la entrada: si no fuera por la sombrilla del valet parking uno se seguiría de largo sin saber dónde se ubica.

La carta es muy extensa —y algo confusa— por lo que es mejor pedir sugerencias a los meseros, que son expertos en la cocina del lugar. El zuru udon (fideos udones, fríos, con salsa helada a base de soya dulzona, muy sabrosa) y almejas reinas al estilo Rockefeller, empanizadas con espinaca y mantequilla.

Los sushis hablan por sí mismos: piezas grandes y súper frescas que se te derriten en la boca (especialmente el salmón). Las más exóticas, como la almeja gigante, las importan de Estados Unidos dos veces por semana.

Si te cuesta decidir entre tantos nombres que no dicen mucho, existen combinaciones para casi todo gusto: los domburi son paquetes de cocina popular que vienen con un tazón de sopa miso y ensalada. El plato fuerte en realidad es lo que se selecciona, hay carne, pollo, mariscos y hasta verduras empanizadas (tempura). Los teishoku parten del mismo principio, aunque incluyen preparados más contemporáneos.

Para los amantes de los fideos y tallarines como el udon hay también configuraciones al gusto. Incluyen un futomaki (rollo de verduras) y platos deliciosos, como el de pollo con verduras y curry, que es más parecido a un estofado con sabores intensos pero que guarda cierta elegancia. El de curry es muy aromático y sin embargo deja apreciar el gusto del pimiento y el pollo.

Échate el plan completo con la banda: después de cenar, suban al segundo piso por unos tragos y a rockear en el karaoke. Porque qué sería de una experiencia japonesa sin esto último.