A pesar de estar medio de moda, lo encontrarás vacío un viernes por la tarde... el servicio es lento

En este lugar el servicio es muy lento, pero si entras en la filosofía oriental puedes pensar que es zen. Tan zen, que a nadie parece preocuparle que la cajera –que está a la vista de todos– se depile las cejas en santa paz mientras contempla la ausencia de meseros o personal que atienda a los comensales.

Cuando finalmente te toman la orden, vuelven a dejarte solo y “sin interrupciones” para que una vez más te concentres en la meditación.

Por fin llega el arroz ming con vegetales orientales, que no es otra cosa que un arroz con verduras salteadas en salsa de soya, de buen sabor y consistencia, sobre todo porque las verduras –crocantes y bien sazonadas– alejan el platillo del típico arroz frito con verduras que suele servirse en estos restaurantes.

Otra opción para la entrada son los pot stikers: pequeñas tiras de cangrejo cocinadas en té de limón y con jengibre encurtido; se sirven con una ensalada condimentada de germinado de alfalfa. A pesar de que es un platillo caliente, resulta muy fresco, y la variedad de sabores –agridulce, salado y picante– y texturas casi logran que olvides que llevas más de media hora esperando tu bebida.

El pato pequinés es una buen sugerencia de plato fuerte. Desde que llega a la mesa cautiva tu atención: se sirve con tiras de pepino, cebollín, rollo primavera y una salsa agridulce. El resultado de la combinación de todos estos ingredientes es muy agradable, y es que el pato tiene en sí un sabor tan particular que apenas requiere de acompañamiento.
En definitiva, el pato se lleva las palmas en el Dao, lástima que el servicio y la falta de ambiente no inspire a nadie a quedarse a tomar ahí el postre y el café.