Chilango

Chingue a su madre, me voy a meter a bailar

Cuartoscuro

En el DF, más de medio millón de mujeres viven de su cuerpo. Aunque la mayoría lo hace contra su voluntad, como en los casos de Marina y Teresa que presentamos en “La historia negra del Solid Gold” en la edición de octubre de la revista, te presentamos la historia de Andrea, una mujer que baila desnuda por decisión propia.

Andrea se acerca animada al dj y le pide un par de canciones. Lleva un vestido strapless color fucsia y unos tacones de 15 centímetros. Debajo, sólo una fina tanga blanca de encaje que se alcanza a ver cuando sube a la pista.

Es de piel bronceada y tiene el cuerpo bien torneado, el pelo largo y ensortijado y una sonrisa muy coqueta. Conoce su sex appeal y no duda en utilizarlo a la menor provocación. Es su personalidad: extrovertida pero cautelosa.

Su cuerpo comienza a reaccionar casi a la par de la música, a la que sigue con sensualidad compás a compás. Está improvisando. Cuando llegó al lugar no tenía pensado bailar, por eso vestía de jeans, tacones, blusa; no acostumbra usar brasier.

Cuando suena la segunda canción se despoja del diminuto vestido fucsia que le prestó la “mami”, como le llaman en los camerinos de los tables a las mujeres –o a veces hombres– que se encargan de arreglar a las chicas y ponerlas chulas para el cliente.

Los movimientos de Andrea son atrevidos y sueltos. Dicen que dominar el tubo es un arte que cuesta horas de práctica, bastantes moretones y uno que otro chingadazo. Pero en su primera vez ella se pasó de tubo en tubo con bastante naturalidad: practicó gimnasia durante su infancia y adolescencia, y hacer giros en las barras asimétricas y en la de equilibrio es más complicado que en un par de tubos en una pista de baile. La diferencia es que en los tables se derrama sensualidad.

Parece que los dos tragos que se tomó están haciendo efecto: ella se siente muy cachonda y lo demuestra en la pista. Su propia madre le dijo, a los 19 años, que se dedicara a bailar en un table y ella se lo tomó a mal. Quizá tenía razón, porque lo de Andrea parece un talento nato.

Su baile le vale varios aplausos, pese a que no se quita la tanga –cosa rara en un table–; cuando regresa a la mesa donde estaba junto con un cliente y otra chica, la felicitan y le va bien. Su cliente le compra 25 privados a ella y a su amiga. Les invita tragos y se ponen una buena borrachera.

Al salir ha ganado 5 mil pesos en apenas unas horas. Suerte de principiante, le dicen. Pero ese fajo de billetes –que Andrea agarra como si se le fuera la vida– le servirá para pagar parte de la renta que ya debía. Y eso que cuando llegó estaba muerta de miedo: en su cabeza rondaba la posibilidad de que abusaran de ella.

Sin embargo, a Andrea nadie la obligó a dedicarse a esto. Ella entró por su propio pie al club en el que baila y en varias ocasiones se ha ausentado y ha regresado sin que nadie se lo impida.

Cruzó la puerta acompañada de una amiga que conoció en el desmadre de la vida nocturna chilanga. El lugar donde trabaja es de los pocos donde las reglas son estrictas. Andrea lo sabe porque ya ha intentado bailar en varios de ellos; salió huyendo de dos en los que probó en diferentes noches.

Pese a eso, Juana Camilia Bautista, titular de la Fiscalía Central de Investigación para la Atención del Delito de Trata de Personas de la PGJDF, sostiene que la ley en la materia señala que aunque la “víctima” esté de acuerdo con realizar algún acto sexual y obtener dinero a cambio, en el momento en que un tercero se beneficia con ello ya se considera un delito de trata de personas.

Por eso, aunque Andrea no lo considere así, si un establecimiento cobra una comisión por sus bailes y las bebidas que le inviten, está rompiendo la ley.

«Las están explotando sexualmente, ella está vendiendo su cuerpo pero del producto la mitad es de ella y la mitad del tratante», dice la fiscal.

La Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe (CATWLAC por sus siglas en inglés) sitúa a los table dance –junto con los masajes eróticos que se anuncian por internet y los servicios de escorts– como parte de los focos rojos que hacen proliferar el delito de trata. Según ellos, hay 44 locales que se dedican a esta actividad distribuidos en nueve delegaciones del DF, destacando la Cuauhtémoc –que agrupa 50% de los casos–, Tlalpan y Xochimilco y también zonas como las colonias Roma y Condesa, la Zona Rosa y el Centro Histórico.

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