Por Carlos Arias

En el solitario hotel Ventanas al mar, ubicado en la isla de Cozumel, se acerca la temporada baja. Las mucamas se preguntan si tendrán trabajo y si los turistas que ya se empiezan a marchar les dejarán propina. El mar anuncia tormenta, en tanto que la isla se enfrenta al peligro permanente de la destrucción ecológica. En ese mundo bajo amenaza hay dos parejas que todavía están de vacaciones y que deberán enfrentar y sobrevivir a sus propios desafíos personales.

Esta es la premisa de Ventanas al mar (México, 2012), el tercer largometraje del regiomontano Jesús Mario Lozano, realizador de Así (2005) y Más allá de mí (2008), en los que ya había explorado la interioridad de sus caracteres como asunto central.

Lozano presenta esta vez una historia intimista, enmarcada por una naturaleza apabullante, capaz de volverse un espectáculo pero a la vez peligrosa, como una expresión de ese mundo interior de sus personajes.

Una pareja de españoles en edad madura, Emma (Charo López) y Joaquín (Fernando Guillén), se encuentran de vacaciones en el hotel. Ya tuvieron oportunidad de experimentar la fuerza devastadora de la naturaleza cuando Joaquín estuvo a punto de ahogarse en el mar. Esperan en vano la llegada a la isla de su hijo que vive en Nueva York, quien iba a llevar a uno de sus nietos. Por ello agradecen cuando su soledad se rompe con el arribo al hotel de una pareja joven de mexicanos en luna de miel, Mauricio (Raúl Méndez) y Ana (Natalia Córdova).

La película mostrará el vinculo que se forma entre ambas parejas, en tanto que cada de ellos deberá lidiar con sus propias amenazas y dramas personales, ya sea en la forma de enfermedades terminales, proyectos inconclusos o por el pasado que les impide iniciar una vida nueva.

Ambas parejas se hospedan en habitaciones contiguas en el hotel, cuyas “ventanas la mar” los comunican entre sí y con el exterior. Justamente el tema de la película son esos mundos interiores, que se desarrollan en la intimidad de los cuartos de hotel, pero que son observados por sus vecinos de hospedaje, en una mezcla de voyerismo, seducción e imágenes reflejadas entre una pareja y otra.

El espectáculo de la sexualidad de los jóvenes Mauricio y Ana, y especialmente de la belleza desnuda de Natalia Córdova en el papel de la muchacha, aparece para la pareja mayor como una expresión de aquella misma naturaleza indomable de la isla.

Ventanas al mar es una película lenta, saturada de diálogos “profundos” y que apuesta al desarrollo de los personajes antes que al despliegue de una anécdota. La película muestra una estética de comercial turístico en imágenes espectaculares del mar y de los paisajes, junto con tomas submarinas de los arrecifes. Pero esas imágenes funcionan también como indicación de una naturaleza salvaje, como el mundo indómito de pasiones y fatalidades que afectan a los personajes.