Por Eric Orlando Jiménez Rosas

La historia empieza con una serie de secuencias mostrando diversos personajes, los cuales, se anticipa, se encontrarán en algún momento. Por un lado, están los “Fuck Bombers”, una pandilla de jóvenes aspirantes a cineastas, quines se dedican a filmar, en 35 mm, “cualquier cosa que sea general”. El líder es Hirata (Hiroki Hasegawa), el ambicioso, entusiasta y persistente director de sus películas amateur.

Mientras tanto, Michiko, una niña convertida en una popular estrella de un comercial de pasta dental, e hija de Muto (Jun Kunimura) un jefe de la mafia, llega a su casa para descubrir un auténtica carnicería humana. Con los pisos cubiertos en toda su extensión por un rojo intenso, producto de la cuantiosa sangre derramada, Michiko encuentra, entro los múltiples cuerpos, a un sobreviviente, Ikegami (Shinichi Tsutsumi). Éste le revela que su madre, Shizues (Tomochika), defendiendo a su esposo Muto, exterminó a todos los intrusos de la banda rival, lo que la llevó a la cárcel.

Diez años después, los Fuck Bombers siguen esperando y anhelando lograr su gran cinta. Ikegami, ahora el líder de la banda, no ha podido olvidar su encuentro con Michiko. Así las cosas, Ikegami, por un lado, está obsesivamente enamorado de la hija de Muto y, por otro, se encuentra en una constante batalla con él, gestada desde la ensañada masacre que desató Shizue. Ésta, a punto de salir de la cárcel, cree que la carrera como actriz de su hija, ha alcanzado, desde su debut en el comercial de la pasta dental, el estrellato. Muto, agradecido y en deuda con su esposa, le ha fomentado dicha creencia, por lo que ha contratado a un grupo de cineastas para que filme una película donde Michiko, ahora una sensual joven, es la estrella principal.

La película, a pesar de dividirse en estas dos etapas, constantemente va y viene, de una a otra, por medio flashbacks e inserciones de video, creando una estructura de bucle. Adopta, frecuentemente, un formato de cine dentro del cine, e incorpora algunos elementos de añoranza, como las cámaras de 35 mm, así como referencias a otras películas, tales como las protagonizadas por Bruce Lee, Cinema Paradiso y Kill Bill.

Es una película que desborda energía, intensidad, movimientos, colores, gritos, sangre y peleas. Turbulenta, de ritmo acelerado y con un humor extraño y exagerado, el cual incluye desde escenas desconcertantes, hasta gestos, chillidos, exclamaciones grotescas y burdas situaciones. Muestra situaciones serias o importantes, de forma cínica, desenfadada, cercana a la locura. Es una estética y concepción del cine, donde lo intenso, el desorden y la tosquedad, fueron creadas conscientemente. La genialidad está en siempre llevar la trama al borde de lo absurdo, pero cuidando que ésta se sostenga y continúe. Sin embargo, queda desatendida la profundidad y significado de la historia. La película brilla mucho más por el espontáneo y a la vez cuidadoso desenfreno, que por un argumento sólido, significativo y de amplio alcance.

Shion Sono escribió la historia hace 17 años. Él mismo ha mencionado que hubo pocos cambios en ella. Quizá en aquel momento la madurez como cineasta de Sono estaba aun germinando, por lo que el guión se aprecia inconsistente, con muchos cabos sueltos, y con secuencias y personajes que salen sobrando. También se observa una innecesaria tendencia a incluir todo, cada línea e idea del guión. En la batalla final entre los dos bandos yakuzas, se junta todo en una serie de secuencias que la vuelven densa, saturada no sólo de tantos movimientos y personajes, también de las personalidades e historias que, finalmente juntas, no proyectan una integración coherente de la trama.