Chilango

Una niña maravillosa

Por Javier Pérez (@JavPeMar)

Una niña maravillosa es un título que predispone, o que por lo menos intenta predisponer. Es como si los distribuidores de esta cinta nominada al Oscar (en las categorías de película, actriz, dirección y guión adaptado) buscaran centrar la
atención del público mexicano en la pequeña protagonista Quvenzhané Wallis –de siete años, cuando interpretó a Hushpuppy– y no en esas “bestias del sur salvaje” a las que alude el título original.

Aunque la película del debutante neoyorquino Benh Zeitlin, quien se llevó a casa la cámara de oro con que el Festival de Cannes reconoce a la mejor ópera prima, mantiene una mirada alejada de prejuicios –o por lo menos eso parece–, es
evidente que pone su postura en el título. Una postura que, por cierto, predispone.

Predispone a atender los matices emocionales –¿sentimentales aun cuando los personajes se resisten al llanto?– representados por esa niña con la fuerza suficiente para cargar sobre sus hombros, con encanto, carisma y talento, toda
una película. Predispone a mirar a los desafortunados con cierta distancia, con cierta empatía, con cierto entendimiento, con cierta tolerancia que, sugiere el título original, no deja de verles su lado salvaje.

Al principio de Una niña maravillosa, Zeitlin, también coguionista, provoca incertidumbre. No se sabe dónde se ubica La Bañera, esa herrumbrosa colonia ribereña a todas luces levantada improvisadamente en la que ocurre el filme. La
gente que vive aquí no es ni buena ni mala, sino que simplemente, o eso parece, tiene una cultura distinta. Está convencida de que no puede abandonar su hogar pese a que el desastre se avecina. Porque estamos en Nueva Orleans y una tormenta podría acabar con todo.

Con una mirada con cierto aire documental, que en apariencia simplemente muestra sin juzgar, Zeitlin se centra en la pequeña Hushpuppy, abandonada por su madre, y en su relación con su padre, Wink (Dwight Henry). La muestra
en medio de este paraje rodeado de agua, sucio, derruido, monstruosamente desolador, antihigiénico, inhabitable, insalubre. O por lo menos inhabitable para los espectadores.

Porque además de despertar simpatía por la pequeña protagonista, Zeitlin mantiene todo el tiempo un espíritu inquietante e incómodo que aprovecha la predisposición de su título original, ese de las bestias salvajes, para despertar
repudio, recelo, desconfianza. Y no es que estemos ante una historia sórdida. O por lo menos no lo parece.

Al ocupar a la niña como narradora, es su mirada la que guía. Una mirada cándida, inocente, ingenua, desprejuiciada y, sobre todo, con buenas dosis de fantasía. Por eso no importa que los adultos se abandonen al alcohol, que duerman sobre
escombros, que nunca nadie se limpie, que se resistan a ser llevados a los refugios o que se escapen de ellos.

Sobre esta mirada Zeitlin construye Una niña maravillosa, un título que nos ahorra la inquietud bestial asalvajada pero que nos predispone a admirar la fortaleza de su chiquilla protagonista. Parece esa clase de cine de bajo presupuesto que trabaja
a fondo con los actores, que cuida puntillosamente su historia para, en este caso, no hacer comentarios de ningún tipo, ni siquiera por parte de algún personaje, para juzgar o defender una postura. Parece esa clase de cine hecho para ganar premios. Y nada más.