Chilango

Una cena para tontos

Por Alejandro Alemán

Dicen
que sólo hay algo peor que un tonto, y eso es un tonto con iniciativa.
Seguramente uno de estos últimos fue quien tuvo la brillante idea de
filmar esta especie de remake

de una galardonada y ácida comedia francesa llamada "Le Diner de Cons"
(que literalmente se traduce como "La cena de los pendejos"), para que
al pasarla por el filtro de Hollywood, quedara en poco menos que un
panfleto a favor de la diversidad.

La
trama central pertenece intacta en ambas cintas: un grupo de gente
acaudalada tiene como pasatiempo hacer una cena donde cada invitado debe
llevar a un "tonto", para entre todos burlarse de ellos. El que lleve
al más tonto gana.

Curiosamente,
la cinta original nunca muestra la famosa cena, centrándose únicamente
en la serie de enredos que provocan las tonterías del irritante señor
Pignon, en la vida amorosa de su anfitrión en la cena, el señor
Brochant.

Pero mientras el original francés no tiene empacho en burlarse de las tonterías y enredos que causa el señor Pignon, el remake
americano no sólo se muestra avergonzado de su cáustica premisa
(burlarse de los tontos), sino que además deriva en una clase de moral
sobre la aceptación y tolerancia a los que son diferentes.

La
mesa estaba puesta para una gran cena: Steve Carell como el tonto, Paul
Rudd como un oficinista que con tal de subir de puesto acepta
participar en el juego de la cena con sus poderosos jefes, y Zach
Galifianakis como el jefe de Carell, quien resulta tanto o más estúpido y
extravagante que su empleado.

Pero
ni ese combo que parecía de risa loca (los momentos de carcajada son
mínimos) puede salvar a esta cinta cuyo principal pecado es su
corrección política
, haciendo que el personaje de Paul Rudd se
arrepienta de tratar Carell como tonto, en un final que pareciera rezar:
"Todos somos especiales".

Hasta un tonto de antología como Homero Simpson gritaría "¡Aburrido!", al ver esta cinta tan políticamente correcta.