Por Carlos Arias

Una película “inspirada en hechos reales”, con todo lo que esto significa: Una buena dosis de sentimentalismo, sucesos terribles y aleccionadores, pero también una parte de humor y aventura. Se trata de Una buena mentira (The good lie, 2014), dirigida por el canadiense Philippe Falardeau. La película está inspirada en un hecho real ocurrido en los años 90, cuando Estados Unidos aceptó el ingreso a su territorio de niños refugiados de una guerra civil desarrollada en Sudán, los llamados “niños perdidos”.

La película cuenta la historia de un cuarteto de estos refugiados, tres hombres y una mujer, quienes después de un largo periplo cargado de sufrimiento y muerte, ganan un sorteo que los convierte en beneficiarios de visas para viajar a Estados Unidos. Allí son recibidos por una mujer encargada de conseguirles empleos y ayudarles a a integrarse la país (Reese Witherspoon), mientras se enfrentan al choque cultural por el contraste entre el mundo campesino de África y la vida en el país del norte. El viaje se realiza 13 años después de los hechos de violencia en la guerra civil y los niños ya son adolescentes, cuya mirada sorprendida se convierte en el centro de la película.

Una buena mentira entretiene y a veces divierte por un argumento que corre ligero, sin meterse en temas pantanosos, y muchos de los hechos narrados son claramente ficcionalizados. A pesar de que los protagonistas son sudaneses y, según se ha advertido, algunos de ellos fueron auténticos refugiados africanos de aquella guerra, los hechos son puestos al servicio de una historia más bien convencional y cargada de recursos sentimentales y de humor.

La película emplea buena parte del tiempo en mostrar el horror de la guerra, cuando la violencia rompe con el mundo idílico de la sabana africana, y revela cómo los niños sobrevivientes se desplazaron a lo largo de miles de kilómetros para salvar sus vidas. Sólo cuando llegan a Kansas City aparece la supuesta heroína de la historia, Carrie (Reese Witherspoon), una sobreactuada benefactora de que se enfrenta a todo para ayudar a los refugiados. Sin embargo, los verdaderos protagonistas son los sudaneses, Mamere (Arnold Oceng), el líder del grupo, su hermana Abital (Kuoth Wiel) y sus amigos Jeremiah (Ger Duany) y Paul (Emmanuel Jal). Entre los cuatro, consiguen el verdadero objetivo del filme: ganarse los corazones del espectador.

Pocas cosas pueden ser tan poco creíbles como la disposición de Estados Unidos de aceptar refugiados, sabiendo que se trata de uno de los países más duros en asuntos migratorios. Por ello, algunas escenas son simplemente inverosímiles. Con todo, la película acierta al poner a los refugiados como el centro de la historia, por encima de la mirada paternalista de quienes los reciben en Estados Unidos.