La vida de Quentin Tarantino parece estrategia publicitaria más que una biografía real. Nació de una madre soltera de 16 años, al poco tiempo, ambos se mudaron a California, donde comenzó su pasión por el cine. «Hay niños que les gustan los deportes o los coches. Yo siempre amé las las películas. Recuerdo que tenía como cinco años, estaba viendo la tele con mi padrastro, entonces un actor entraba en escena y él me decía “Oye Quentin, a ese actor lo vimos en el cine la semana pasada”. Yo pensaba “wow, ya quiero ser adulto, porque así te vuelves un experto en cine”»

A los quince años abandonó la escuela, porque quería convertirse en actor y cineasta. Lo más cerca que estuvo del medio fue durante su primer trabajo: acomodador de asientos en un cine porno. Después, consiguió el empleo que moldeó su carrera, cuando se volvió encargado de una tienda de videos.

Ahí, Tarantino con su memoria fotográfica para aprender géneros y memorizar directores, recorrió el mundo a través del monitor de una tele. Así surgió su mito romántico: un autodidacta que no necesitaba un título para tomar una cámara y filmar una película. Quentin se convirtió en el estandarte de una nueva generación de directores que habían aprendido viendo televisión, de sus visitas al cine y rentando videos… él era un cinéfilo como tú o como yo. Demostraba que, aunque suene como cuento de hadas, cualquiera de nosotros podía ser cineasta, podía ser el próximo Quentin Tarantino.

«Muchos directores habían iniciado su carrera a los veintitantos años. Yo quería ser como ellos y decir que mi primer film lo hice cuando era joven», por esta razón escribió un par de guiones para su debut tras las cámaras: True Romance y Asesinos por naturaleza. Nunca pudo realizarlas por cuestiones financieras.

Entonces probó suerte con otro libreto de trama sencilla para no rebasar su presupuesto de $30,000 dólares. El guión final constaba de pocos actores y una sola locación. Lo bautizó: Perros de reserva.