Sus manos son gigantes y más cuando las mueve intermitente mientras habla. Parece que sus dedos teclean en el aire. Yo lo imaginaba más delgado, más alto, con la quijada menos pronunciada, incluso con aires de diva. Falso. Cuando se le hacía una pregunta que, a su juicio podía inducir alguna parte relevante de la trama, simplemente decía: «No me gustaría contestar esa pregunta, pero deja la respondo de otra manera».

Sin embargo, esta amabilidad y codeo con la prensa, se ha visto truncado por la crítica hacia Bastardos sin gloria: algunos medios europeos han dicho que ha manipulado con poca seriedad una de las etapas más delicadas de la humanidad. «No estoy de acuerdo. Mi cinta no es un chiste, pero sí es entretenida, es graciosa y es así como trabajo todas mis películas. Siempre pensé que si hacía una película de II Guerra Mundial, debía tener mi opinión.»

No se nota molesto por la pregunta, es más parece que la malas reseñas o la polémica lo motivan. Desde 1992, sus obras se han vuelto en material de discusión entre puristas y fanáticos. Al ver una película de Tarantino nunca puedes estar en un terreno neutral. «Hay un punto en la película en la que la historia va para este lado, y yo voy por otro, y no lo planeé.»

Miró su reloj y su asistente llegó a nuestro lado «Se nos ha terminado el tiempo». Tarantino cerró su botella de agua, se levantó rápidamente de su silla, y ya de pie, se detuvo un segundo y me miró mientras habla directamente a la grabadora: «¿Sabes?, yo no soy el mejor para juzgar la película, sino la gente. Yo sólo hago mi interpretación. Hay algo que puedo garantizar: es una experiencia de la cual vas a hablar si después del cine decides tomar un café con un pedazo de pay». Ríe y estira su brazo con la palma abierta, yo siento taquicardia.

Me despido de él con mi mano seca.

Josue Corro