El cobarde escapa cuando nadie lo persigue.
Con este
versículo de la Biblia, los hermanos Coen inician una obra épica sobre la
venganza, con el clásico estilo de su filmografía: la exploración violenta de
los Estados Unidos. Como en sus primeras cintas, Blood Simple, Millers
Crossing y hasta su obra maestra,
Sin lugar para los débiles, sus personajes
son motivados por la sed de sangre y justicia en sus propias manos, pero
siempre limitados por las normas de su tiempo, e incluso de la naturaleza. Sus
personajes están sujetos al karma y al destino fatídico, ya sea en la Chicago
regida por los gángsters, el sur racista de la Depresión o como en este caso, en el los albores del Viejo Oeste.
Temple de acero es el mejor western desde Unforgiven de Clint Eastwood. Es un remake -aunque mucho más
cercano a la novela de Charles Portis- de una cinta de 1969 protagonizada por
el arquetipo del vaquero, John Wayne. En esta nueva versión su personaje de
Rooster Cogburn, un oficial alcohólico y tuerto, es interpretado con soberbia y
un humor negro bastante oportunista por Jeff "The Dude" Bridges. Sin embago, su cinismo es
opacado por uno de los debuts más sorprendentes en terrenos de actuación:
Hailee Stanfield, como Mattie Ross, una chica de 14 años que contrata a
Cogburn para capturar al asesino
de su padre. Ella es una mujer irreverente con una lengua mucho más rápida que cualquier
revolver. Su personaje y sus diálogos recuerdan a una joven Holly Hunter de
aspecto Coeniano.
Es refrescante e incluso digno de alabanza que estos
directores se atrevan a enfrentar al western, y revisitarlo a nivel literario
como técnico -la fotografía de Roger Deakins parecen imágenes cromadas del
siglo XIX-. Ahora tendremos que esperar que los Coen realicen una cinta de ciencia
ficción y podrían darse el lujo de haber incursionado en cada género y
triunfado.