Para Pier Paolo Pasolini (Boloña, 1922-Ostia, 1975) el cine era idéntico a la vida, tanto así que consideraba ésta como un infinito plano secuencia que adquiría significado (“indescifrable, ambiguo, suspendido”) sólo al alcanzar la muerte. “El montaje –dijo– juega el mismo papel en el cine que la muerte en la vida”.

Pasolini era una voz crítica de la política y cultura de su Italia natal, apasionado, iconoclasta, paradójico, contradictorio, marxista, ateo, homosexual declarado y artista multidisciplinario. Y antes que se convirtiera en cineasta, ya era un artista consagrado.

Era notable su producción poética, ensayística, novelística y periodística. Al llegar al cine, incluso elaboró toda una teoría cinematográfica a mediados de los sesenta en la que hablaba de un cine poético (a él se le conoce como el poeta del cine) que permitía a su creador manipular estilísticamente su trabajo como una forma de expresión personal cuyo punto de partida era el lenguaje no convencional ni simbólico del cine.

Y lo anterior se nota en sus filmes, de los cuales Zima Entertainment acaba de publicar en formato blu-ray la llamada Trilogía de la Vida, integrada por El decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches.

En 1971, Pasolini iniciaba su trilogía adaptando al cine El decamerón, relatos de Giovanni Bocaccio en los que mostraba su cariz contestatario, libertario y anticlerical a la vez que dotaba al filme, un relato moral, de su gusto por lo sagrado y lo erótico.

Ganadora en 1972 del Oso de Oro del Festival de Berlín, Los cuentos de Canterbury (Italia, 1972), adaptación del propio Pier Paolo a la novela de Geoffrey Chaucer, es quizá la menor de las cintas que integran la trilogía. A ratos sin un hilo conductor (con todo y que, como la novela, está integrada por varios relatos), la cinta inicia, como el libro, con un grupo que peregrina hacia la catedral de Canterbury. Así que el relato de cuentos para aligerar el viaje no se hace esperar.

Pasolini se regodea con jactancia en lo escatológico, pero también en la crítica a lo religioso y en el desbordamiento erótico, parte ineludible de su sello como autor.

Lo contestatario de Pier Paolo Pasolini en Las mil y una noches (Il fiore delle mille e una notte; Italia-Francia, 1974) no radica en la sexualidad explícita que muestra en el filme, sino en la capacidad sensorial que consigue transmitir: en ese proceso de enamoramiento que transita entre el odio y el amor, en la infidelidad, la traición o la respuesta contra la sumisión, la insistencia y los prejuicios.

A eso hay que sumar la capacidad del cineasta italiano para transmitir la belleza del cuerpo humano y trascender la lujuria y la inocencia.