Por Ira Franco

Tan ambiciosa como fallida, tan bella como lastimera, Transcendence es la película en la que Johnny Depp vuelve a derrapar un poco, sin caer del todo. La ópera prima de Walter Pfister –director de foto favorito de Nolan– cuenta la historia del profesor Will Caster (Depp), dueño de una mente privilegiada e inventor de una tecnología radical que plantea la combinación detoda la inteligencia colectiva del mundo, incluyendo sus emociones.

El control del mundo por la tecnología es tema clásico de la ciencia ficción y la historia logra desarrollar algunos what ifs emocionantes: ¿qué pasaría si al morir pudiéramos traspasar nuestra conciencia a una computadora?, ¿qué pasaría si desde allí pudiéramos controlar varias máquinas, fundirnos con la red y hacernos una superconciencia casi todopoderosa?

Lo malo es que todo el tema está planteado sobre la columna vertebral de una película de acción muy poco convincente, por ejemplo, la camioneta que llega en el momento justo para salvar a la novia de Will (Rebecca Hall, sobre quien recae casi toda la respuesta emocional de la cinta y que lo hace francamente mal), tiempos muertos incomprensibles, la explicación de todo mil veces y la omnisciencia de Morgan Freeman como abuelo guardián.

Yo la iría a ver, por las locaciones y algunos momentos en que ganan las preguntas de ciencia ficción. Pero como universo, y sobre todo con el odioso final-melcocho, la película no cumple.