Con el turbulento clima político del Chile de los años setenta como telón de fondo, el segundo largometraje de Pablo Larraín retrata la obsesión de un cincuentón por imitar a Tony Manero, el personaje de John Travolta en Fiebre de sábado por la noche. Dueño de una estética donde predominan la cámara en mano y las tomas fuera de foco, acompañadas por el ritmo frenético de la música disco, el filme fue elogiado por la prensa internacional durante su estreno en la Quincena de Realizadores de Cannes 2008.