Por Carlos Arias

En 1950, la poeta estadounidense Elizabeth Bishop ya era famosa. Había publicado su célebre poema sobre la locura de Ezra Pound y era reconocida por el mayor gurú poético de la época, Robert Lowell. Sin embargo, ella decide abandonarlo todo y viajar para tomar una “cura de distancia” a Brasil, por entonces un paraíso exótico de bossa nova, bananas, piñas y sexo.

Este es el punto de partida de Tocando la Luna (Reaching the Moon, 2013), un acercamiento a la personalidad de Bishop realizada por el brasileño Bruno Barreto, quien ha sido pionero en realizar una carrera en Hollywood sin dejar de lado sus raíces. En sus películas más famosas aparece como un tema recurrente la oposición entre el Brasil profundo y la racionalidad occidental.

Barreto es conocido por películas como Doña Flor y sus dos maridos (1976), en la que la actriz Sonia Braga tenía dos esposos contrapuestos: el marido responsable y serio frente al donjuan, sexual y fiestero. Del mismo modo, en su película nominada al Oscar, Cuatro Días de Septiembre (1997), el tema era similar por la confrontación entre el embajador estadounidense, democrático y honesto, y los guerrilleros de izquierda tropicales, alocados e improvisados que lo secuestraban.

Esta vez, el realizador carioca se lanza a contar una historia que también tiene como asunto central el conflicto cultural entre Brasil y el mundo occidental. Se trata de la confrontación entre la poesía íntima de Bishop con el mundo alocado, sexual y políticamente brutal del Brasil de las décadas de 1950 y 1960.

La película cuenta cómo Elizabeth Bishop (Miranda Otto) llega a Rio de Janeiro y sufre de un choque cultural que parece imposible de superar, hasta que inicia una historia de amor con la arquitecta brasileña Carlota “Lota” de Macedo Soares (Gloria Pires). Por casi dos décadas, Bishop y Lota forman un triángulo amoroso que incluye a otra amiga de ambas, Mary Morse (Tracy Middendorf). Una nueva versión de Doña Flor, esta vez con tres mujeres, quienes forman una familia pasional de celos, amores y poesía.

Barreto reproduce los rasgos clásicos de las historias de mujeres artistas, con sus dosis de locura, pasiones, intentos de suicidio y dramas. Así lo han hecho otras películas sobre mujeres poetas, incluyendo la extraordinaria Sylvia (2003), en la que Gwyneth Paltrow daba vida a la poeta Sylvia Plath, contemporánea de Bishop.

En este caso, sin embargo, el cliché termina dominando la anécdota, y muchos de los sucesos narrados no se explican por la trama misma sino porque se utiliza un esquema ya diseñado previamente para dar coherencia a los personajes. Si eres lesbiana y artista, no te quejes si después todo acaba en manicomios, sobredosis, borracheras o peleas a los arañazos.

Uno de los problemas de Tocando la Luna es que Elizabeth Bishop tiene una personalidad muy poco cinematográfica y la película opta por centrarse en el anecdotario, sin entrar en la intimidad que dio origen a su poesía. Barreto no es Bergman, quien hubiese podido contar una historia angustiosa y subjetiva. El punto de partida de Barreto es el cine espectáculo y el “espectáculo” de alguien escribiendo poesía no es muy emocionante.

Por ello, los mejores momentos de la película no son los de la Bishop poeta sino del mundo que está a su alrededor. En este punto, Barreto muestra mayor sutileza y carga a la historia de elementos interesantes, tales como el trasfondo político, las diferencias culturales, el drama amoroso o la subtrama de la “compra” de un bebé para resolver los anhelos maternales de Mary. En este plano, la película gana intensidad y muestra a un Barreto respetuoso y cercano a sus personajes, pero más involucrado en el melodrama que con la poesía.