Por Jaime @_azrad

La que una vez fue la más taquillera de la historia se apareció de nuevo con el pretexto perfecto. Los cien años del hundimiento del Titanic fueron motivo suficiente para su creador, James Cameron, de remasterizar algunas cosas, agregar unos toques de 3D y mandar su producto estrella (antes de Avatar) de regreso a las pantallas grandes del mundo.

Muchos la critican y la califican de sobrevalorada -de hecho los resultados en la taquilla mundial están mucho más abajo de los esperados para su reestreno-, pero lo que no se puede negar está en gigantes valores de producción que fascinaron en su época (y lo harían de nuevo en la nuestra).

Más allá del enorme costo de 200 millones de dólares, el esfuerzo en todos los aspectos fue gigante. El vestuario, el set, la recreación de una época extinta para contarnos, sí, una historia de amor imposible que, por unos momentos, parecía verosímil, nos atrapó a muchos. Y aquí está la razón del éxito: nos la creemos todita.

Hoy tenemos confirmadas algunas inexactitudes históricas de la cinta (como que el barco nunca se inclinó tanto al quebrarse), pero aún recordamos a Jack y a Rose en esa aventura de pocos días que muchos querríamos tener. La escena de amor en el coche antiguo, el retrato de Rose desnuda con el famoso collar y el enorme coraje de muchos con que éste terminara en el fondo del mar…

La verdad es ésta: no se debe entrar a la sala esperando algo nuevo, el 3D no brinda grandes valores fotográficos ni efectos que no hayamos visto, pero recordar las razones por las que Titanic permaneció seis meses en taquilla y fue la película más vista de la historia serían dos buenas para aventarnos, de nuevo, las tres horas y cacho de agua, agua y más agua.

Cameron se aventuró a un proyecto de escalas enormes que resultó en una película digna de recordarse. Lo sabemos, no es la mejor, pero en definitiva marcó un antes y un después que debemos reconocer.