Por Alejandro Alemán

En la pasada edición del festival de cine de Guadalajara, Somos lo que hay fue una de las cintas que mayor reacción causó en la prensa: muchos la detestaron y a otros les causó asco. Este tipo de reacciones deben ser, en este caso, una buena señal.

Acostumbrados como estamos al estancamiento temático del cine mexicano (historias de migración, drogas, violencia, o de juniors que viven en la Condechi), Somos lo que hay es ya de por sí un triunfo no sólo por ser una película de género mexicana, sino por lo original de la propuesta: una familia disfuncional sufre la muerte del padre, sus hijos y su esposa se tendrán que encargar por si solos de ganarse el pan… o más bien de conseguirlo, ya que todos ellos son caníbales.

El inicio es ambiguo, la trama poco a poco va revelando las intenciones y la naturaleza de esta familia que se desmorona ante la ausencia del patriarca. La madre se vuelve histérica ante la noticia, los hijos varones pelean por el liderazgo de la familia y la hermana resulta la más centrada y calmada del clan. Imaginen a la familia de El Castillo de la Pureza (Ripstein, 1973), sólo que aquí sí, literalmente, se comen los unos a los otros.

El hambre es canija, así que este clan no tendrá reparo en salir a buscar comida donde sea: al camellón donde trabajan los niños de la calle, a la esquina donde se ponen las prostitutas, o al antro gay de mala muerte donde uno de los hijos ya es asiduo.

Somos lo que hay resulta inusitadamente efectiva en sus escenas de violencia y gore caníbal. El director y también guionista, Jorge Michel Grau, maneja con destreza sus encuadres para sugerir de manera efectiva la violencia en la mayoría de sus escenas, aunque no tiene empacho en ser completamente gráfico en algunas otras.

Pero, como en toda opera prima, no está exenta de problemas. Grau tiene dificultad para encontrar el tono de su cinta, las actuaciones con irregulares, así como la continuidad. Y aunque algunos pueden criticarla por sus escenarios tremendistas (el antro gay, las prostitutas de esquina), ¿cómo no serlo si se trata de una película de caníbales?

Los amantes del gore probablemente la encuentren tibia, pero queda claro que la intención de Grau no es hacer una cinta para la portada del Fangoria y mucho menos una reflexión social. Se trata de un ejercicio de terror cercano a los seriales televisivos como Twilight Zone o Tales from The Cript, insertados en nuestra particular idiosincrasia.

Con el espíritu propio de las primeras cintas de Guillermo del Toro (hay un divertido homenaje a Cronos con un cameo de Daniel Giménez Cacho), Somos lo que hay resulta tan enérgica en sus escenas de gore y violencia caníbal que, de tan bien logradas, por un momento te preguntas: ¿en serio es esta una película mexicana?