–Los chavitos están interesados en expresarse. Eso hace que el cine mexicano siempre esté vigente. Gracias a las nuevas políticas públicas de acceso a los fondos de una manera más democrática, 50% de todos los directores, cada año, son chavos.

A lo que alude Víctor Ugalde, quien como realizador forjó una carrera constante en los años ochenta, es a la mayor cantidad de oportunidades que tienen los jóvenes para poder filmar.

Y los números no lo desmienten. Aunque no deja de ser alarmante –por aquello de que la ópera prima se convierta en ópera póstuma–, alrededor de 50% de la producción fílmica nacional cae en manos de debutantes. Así fue con los estrenos de 2013. Así fue un año antes y esa es la constante.

Lemos Films, por ejemplo, es una de las compañías que apuesta por los debutantes. Salvo Alejandro Lozano, ningún otro director tiene más de una película en su filmografía –Rigoberto Castañeda lo logrará con la segunda parte de Kilómetro 31.

Y son los jóvenes, y los debutantes, los que han dado prestigio internacional. Los nombres de Carlos Reygadas, Amat Escalante, Yulene Olaizola, Claudia Sainte-Luce, Mihel Franco, Diego Quemada, Julián Hernández e incluso Diego Luna están para confirmarlo.

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El cine mexicano sigue siendo una promesa en construcción. Como dice Roberto Sneider, esa continuidad apenas se está logrando. Cabe el riesgo –remoto, según los involucrados, pero cabe– de que se despachen de un plumazo los fideicomisos establecidos y la producción vuelva a mermarse a una cantidad que pueda contarse con los dedos de una mano. Pero los números actuales rezuman optimismo. Y, en todo caso, el cine mexicano no moriría, como sostiene Gustavo Moheno. Los cineastas suelen aferrarse a la creatividad y la necesidad de expresión. Y ahora más que nunca a la conexión con el público. Dos películas tuvieron un éxito inédito en 2013. Y una más, ¿Qué le dijiste a Dios?, empezó con el pie derecho el 2014.

El momento que se vive, más bien, es un indicativo más claro de que la industria se está profesionalizando. Que ya no sólo la tragedia y la tristeza sostienen los argumentos. Que no sólo el “cine festivalero” importa. Los riesgos de que los recursos aportados por los estímulos de producción se aprovechen con fines personales son cada vez menores porque se están afinando los parámetros de selección del Eficine, el estímulo que más recursos aporta a la producción fílmica nacional.

A final de cuentas, como dice Doehner: “No creo que haya un director que con el esfuerzo que cuesta hacer cine vaya a hacer una mala película porque quiere”. Ahora las producciones parecen más ambiciosas, proyectos como Cantinflas o Kilómetro 31 2 lo corroboran. Nadie apuesta por una mala película.