Por Jaime Azrad @_azrad

La segunda cinta del británico Steve McQueen (Hunger, 2008) no tiene vergüenza. Y es que la culpa carcome a su protagonista adicto al sexo, sin pudor ni límites, en la cotidianidad de su vida urbana. Michael Fassbender interpreta a Brandon, un desequilibrado (y bastante exitoso) soltero neoyorkino que no logra salir de la perversidad que le da sentido a su existencia.

Llena de coraje, Deseos culpables ahonda en los límites del comportamiento humano, tema que empieza a ser una fijación para su realizador. McQueen desarrolla un personaje que encuentra en el sexo un desahogue de las agonías calladas que no expresa con nadie, ni siquiera consigo.

Sus momentos de “libertad” se mimetizan con la tranquilidad de la cinta y los pequeños instantes de ritmo paciente nos dan destellos de esperanza, como si lográramos superar una adicción con sólo decidirlo así, pero en pocos minutos la realidad nos da otra cachetada para asegurarse de desaparecer la ilusión y dar paso al proceso de dependencia, una vez más.

Muchos creerían que una adicción así no puede resultar tan mala, pero con este guión tan cuidadoso de no decir una palabra de más, nos queda claro que el aislamiento que surge a consecuencia de una adicción, como la dosis necesaria de nicotina, puede descomponer a una persona hasta dejarlo en ruinas y pidiendo más de lo que sabe que le impide ser quien desearía.

Incapaz de relacionarse sentimentalmente y motivado a dejar su pasado oscuro atrás, Brandon logra resistirse cada vez a la ocasional visita que su hermana le hace para persuadirlo de que uno sea el apoyo del otro. ¿Lo logrará esta vez?