Por Oswaldo Betancourt

Durante los primeros minutos, parece que se trata de una película más, sin embargo eso queda atrás rápidamente. Es un thriller que cumple con los parámetros de este género, principalmente porque mantiene el suspenso e incrementa la tensión en la recta final.

Esta coproducción de Venezuela y Colombia, comienza con un político corrupto involucrado con criminales para despojar a una comunidad indígena de su terreno, pero las cosas se salen de control, los delincuentes asesinan a los nativos y a un periodista que estaba siguiéndolos; la hija de este último va a investigar el caso.

Hay dos personajes centrales más: un policía que actúa en el límite de lo legal para conseguir su objetivo, y un sicario con una visión interesante sobre su oficio, al final no son tan diferentes como uno podría pensar.

En este escenario se juega con el concepto de justicia, de vida y muerte, del bien y del mal, que cambian cuando los ves desde otro punto de vista.

Los personajes no son nada planos, vemos las diferentes caras y capas que tienen (no son sólo buenos o malos, son humanos), incluso algunos padecen, a su modo particular, un desequilibrio mental, algunos lo controlan más y en otros está desbordado, quizá se deba a esto que unos no son capaces de lidiar con sus acciones y los demás las abrazan abiertamente, sin remordimiento.

El guión y la edición son los puntos más fuertes de la historia. El primero porque se trata de un argumento diferente, tiene tres líneas argumentales y en un punto se enredan tanto que por un momento pierdes el hilo. Rivero se atrevió a proponer algo que se sale de la norma para hablar de temas actuales y universales: corrupción, periodistas asesinados y, además, incluye escenas de acción bien coreografiadas.

La edición está muy bien lograda, no es brusca, al contrario, ayuda al ritmo de la historia y tiene un par de transiciones muy bien pensadas. La música es discreta, lo cual no significa que pase inadvertida, está donde debe de estar y es parte importante de la atmósfera. La propuesta visual es diferente, y aunque no se trata de su punto más fuerte, nos regala un par de pinturas.

Si algo resulta extraño de la película es que por momentos parece adquirir el formato de una miniserie de televisión, como si se tratara de un especial que pasa de corrido los 4 ó 5 episodios de 23 minutos, quizá vicios que el director arrastra de su paso por la televisión (Los caballeros las prefieren brutas).