Por Eric Orlando Jiménez Rosas @EricOrlandoJime

Del mundo del deporte, competitivo por naturaleza, han salido diversas rivalidades que han llamado la atención del público. Por ejemplo, la protagonizada por Pete Sampras y André Aggasi, algo así como el serio contra el galán. O la rivalidad entre los egos monumentales de Hugo Sánchez y Ricardo La Volpe. O la que protagonizaron las patinadoras estadounidenses Nancy Kerrigan y Tonya Harding. Este último caso puede verse como una hito, ya que se comprobó la complicidad de Kerrigan en el ataque que dejó lesionada a su rival.

Rush, del ex niño actor Ron Howard, aborda también una rivalidad deportiva, en este caso entre dos pilotos de la Fórmula 1, James Hunt (Chris Hemsworth) y Niki Lauda (Daniel Brühl). La película narra el encuentro de estos dos pilotos corriendo en la Fórmula 3, la persistencia de ambos para llegar a la Fórmula 1, y la feroz competencia por obtener el campeonato mundial.

Ron Howard sabe armar películas. Es hábil para unir los elementos y brindar un efectivo entretenimiento, ya sea sobre alguna personalidad (A beatiful mind), o acerca de una historia de tensión (Apollo 13) o de misterio (The Da Vinci Code o Angels & Demonds). Rush también es una película efectiva. Hay un buen manejo de cámaras que transmiten eficientemente la velocidad y emoción de las vertiginosas carreras. La historia se narra en un tono y ritmo ágil y que mantiene la atención e interés. Sin embargo, parece que en esta ocasión Howard logra trascender lo “correcto” e incursiona un poco más hacia la profundidad de la historia y de los protagonistas.

La rivalidad entre James y Niki es un relación compleja, llena de matices y contradicciones. Se trata de dos hombres con distintas visiones de la vida, pero unidos por una misma pasión. Ambos aman las carreras y anhelan el campeonato, pero la realidad que construyen y perciben cada uno alrededor de ese mismo sueño, es muy distinta. La rivalidad, entonces, se nutre de diversas dimensiones: disciplina vs. fiesta; ciencia vs. intuición; planificación vs. espontaneidad; carisma vs. inteligencia; impulsividad vs. anticipación; pasión vs. negocio. Y Howard, en esta ocasión, nos muestra algo de esa complicada relación, evitando el lugar común del sexy-cool vs. noño-listo.

El automovilismo también es tímidamente abordado más allá de un simple escenario para la acción. Se muestran algunos de sus intrincados mecanismos, desde los aspectos técnicos de los automóviles y las pistas, hasta el mundo incierto del patrocinio. El automovilismo es un microcosmos, con sus propias reglas, actores, patrones, roles y estructuras. Donde los corredores son tan admirados y seguidos como auténticas estrellas de rock. Es un universo con reglas estrictas, donde un pequeño error, o una decisión tomada fuera de tiempo, puede ser fatal.

La psicología de los personajes también fue trabajada. Son complejos y contradictorios. Cada uno, desde su propia realidad, es poseedor de la razón. Desde cada respectivo punto de vista, sus acciones, decisiones y argumentos, son igualmente válidos.

La película, en suma, insinúa mucho más de lo que se ve. Es una historia sobre la pasión que nunca se extingue, que se vive de diversas maneras y que mueve y sacude. Es una historia sobre dos personajes contradictorios, complejos e interesantes que, en su rivalidad, se construyen y des-construyen mutuamente.