Por Ira Franco@irairaira

“Brutal” es la palabra. Bestial, feroz, indómita, quizás salvaje; espectacularmente salvaje en un sentido primitivo y muy humano. La más reciente película de Alejandro González Iñárritu es todo eso y más: helada, absoluta y en carne viva.

Si en el tráiler nos venden la típica cinta hollywoodense sobre la revancha es porque la complejidad de la historia no cabe en dos minutos; a Iñárritu le hicieron falta casi tres horas para plantear una de sus mejores tramas a la fecha. Sí, efectivamente, el móvil del protagonista es ir a buscar al asesino de su hijo, pero la venganza queda muy lejos cuando los encuadres soberbios del Chivo Lubezki –que con esta cinta arranca cualquier duda de pertenecer a ese selecto grupo de los más grandes genios vivos de la fotografía– nos hacen sentir pequeños, diminutos contra las fuerzas del mundo natural.

El elenco es, además, espléndido. Cualquier dolor que haya padecido Leonardo DiCaprio, cualquier frío, cualquier vómito por comer entrañas de animal muerto valieron la pena y seguramente serán recompensados (es un Óscar cantado, vamos). DiCaprio es generoso con su presencia leonina y pronto nos hace creer realmente que un hombre puede luchar contra un oso, un río y una horda de enemigos y vivir para contarlo. Sin embargo, el que hace toda la diferencia en esto es Tom Hardy: no hay mirada de este actor que no incite a una doble o triple lectura. Hardy es el antagonista, pero nunca el enemigo, los matices lo hacen un personaje redondo, ni bueno ni malo, al que se le adivina recio, con una historia más allá de la contada.

Quizá los métodos de Iñárritu hayan sido criticados en esta película –hay quien dice que puso en riesgo a su crew bajo condiciones climáticas extremas–, pero su visión artística prevaleció y el resultado final no es menos que espectacular.