Por Carlos Arias

Retrato íntimo (Thérèse Desqueyroux, 2012) es una adaptación de la novela del premio Nobel francés Francois Mauriac. Una mujer es acusada de haber intentado envenenar a su esposo; solo que ni ella misma sabe bien si lo hizo con la intención de matarlo o por qué.

La película es el recuento de la historia de Thérèse, una mujer de temperamento libre e intelectual de los albores del siglo XX, que es obligada por las convenciones sociales de un mundo provinciano a casarse sin estar enamorada con un hombre que le es totalmente opuesto.

Dirige Claude Miller, un cineasta salido de la Nueva Ola de los años 1960, discípulo de Goddard y Truffaut, especialista en historias de misterio “al estilo francés”, con pasiones desenfrenadas, muertes y mujeres enigmáticas. Retrato íntimo es su película póstuma, puesto que se estrenó en el Festival de Cannes de 2012, apenas un mes después del falleciento de Miller a los 70 años.

El personaje protagónico corre a cargo de Audrey Tatou, la actriz francesa que saltara a la fama en el personaje de Amelie (2001). Esta vez Tatou compone un protagónico que, a diferencia de aquel, no busca de entrada ganarse la simpatía del espectador, sino que resulta sombrío y amargo. Como su esposo Bernard, aparece Gilles Lellouch, el nuevo star del cine francés (Los infieles, 2012).

La historia comienza en 1922, cuando Thérèse es adolescente y descubre que está “destinada” a casarse con Berrnard, el hermano mayor de su amiga Anne. Seis años después, Anne (Anaïs Demoustier) encuentra el verdadero amor con un campesino judío que es rechazado por la familia, mientras que Thérèse se enfrenta a un matrimonio rutinario y sin pasión, del cual apenas vislumbra alguna opción para liberarse.

La vida opresiva de la provincia francesa, en un mundo de terratenientes dedicados a la caza o a procrear hijos y cuyo horizonte sólo se ve alterado por algún incendio en los bosques, es el terreno propicio para este drama que se cocina a fuego lento, para estallar cuando menos se lo espera.