Por Carlos Arias

La mamá es una cantante de rock, el papá es comerciante de arte. Ambos se odian y se disputan la custodia de su hija, la pequeña Maisie, una niña de seis años que queda en medio de una pelea de dimensiones épicas, un conflicto demasiado grande para ella.

Esta es la historia de ¿Qué hacemos con Maisie? (What Maisie knew, 2012), un drama familiar basado en una novela de Henry James del mismo título sobre padres divorciados y su disputa por la custodia de su hija.

La historia de Maisie aparece contada desde la óptica de la niña, con los vacíos de información, las incertidumbres y los temores de la protagonista, incluso con la mirada de la niña desde los encuadres bajos, con el mundo visto desde un metro de altura.

Dirigen dos realizadores, Scott McGehee y David Siegel, una mancuerna de directores que han emprendido una revisión de la familia de clase media estadounidense, con sus alegrías y sus dramas interiores, e incluso con elementos de thriller. Entre sus películas destacan las anteriores Suture (1993), El precio del silencio (2001), Palabras mágicas (2005) y Uncertainty (2009).

¿Qué hacemos con Maisie? es un drama cuyo mayor mérito es asumir la perspectiva del personaje protagónico, esta Maisie encarnada por la actriz infantil Onata Aprile. La película asume su mirada, que conserva al mismo tiempo el aire de espontaneidad y profundidad infantiles. No se trata de un personaje infantil visto por los ojos de los adultos, sino de una película que asume convincentemente la mirada de la niña para mostrar el mundo de los adultos.

A causa de la vida roquera y supuestamente desordenada de la mamá, Susanna (Julianne Moore), la custodia de Maisie queda a cargo del papá, Beale (Steve Coogan). Sin embargo, la historia se empieza a complicar cuando la “baby sitter” de Maisie, Margo (Joanna Vanderham), se convierte en la novia y luego la esposa del papá, mientras que la mamá se casa con Lincoln (Alexander Skarsgard), un roquero poco confiable que se convierte en su “padrastro”.

A partir de allí, Maisie pasará de estar con el papá a la mamá, en un juego de intercambios entre familias disfuncionales, mientras que pardójicamente sus mejores “padres” terminarán siendo los nuevos cónyuges de sus papás biológicos, ante las repetidas ausencias de éstos, hasta quedar en manos de extraños. La mesa está pues servida para un drama, contado en un tono cotidiano, sin truculencias gratuitas, pero capaz de llegar hasta el fondo en las consecuencias sobre la niña por la falta de atención de los padres.