Por Jaime @_azrad

La narrativa cinematográfica resulta de la fusión de varias y diversas técnicas artísticas; el cine se vale de seis artes previamente existentes para desarrollar las herramientas con las que cuenta una historia, de allí su denominación como el séptimo arte. Arquitectura, pintura, escultura, música, literatura y danza se fusionan en una nueva identidad que sólo pocos logran utilizar, a su vez, para regresar al arte todo lo que ha dado al cine.

La idea de hacer un largometraje dedicado a la danza estuvo por años en la cabeza del legendario Wim Wenders. Junto con su amiga y coreógrafa, Pina Bausch, Wenders decidió llevar a cabo este proyecto cuando la tecnología digital del 3D le abrió las puertas: por primera vez podría reproducir la dimensión del espacio en el cine. La pareja de amigos llevaría la plasticidad y el expresionismo emocional del trabajo de Pina a la pantalla grande.

Pero en el verano de 2009 Pina falleció y Wenders replanteó el proyecto para rendirle tributo. Philippina Bausch fue una de las grandes figuras de la danza contemporánea, y de Wim Wenders veneramos el manejo del movimiento en el espacio en Las alas del deseo (1987) y la sensibilidad en cuanto a las relaciones humanas en París, Texas (1984). El resultado, entonces, no podía decepcionarnos.

Con una expresión máxima, y un profundo entendimiento de la danza, esta cinta nos adentra en la vida de Pina -y en la de sus bailarines- a través de breves testimonios que delatan sus rasgos más característicos; a todos conmovió con escasas palabras y con eterno movimiento, y la sutileza de la cámara transmite en todo momento las emociones, algo así como si quienes se movieran al ritmo de la música fuéramos nosotros.