Una cena para tontos
Dicenque sólo hay algo peor que un tonto, y eso es un tonto con iniciativa.Seguramente uno de estos últimos fue quien tuvo la brillante idea defilmar esta especie de remakede una galardonada y ácida comedia francesa llamada "Le Diner de Cons"(que literalmente se traduce como "La cena de los pendejos"), para queal pasarla por el filtro de Hollywood, quedara en poco menos que unpanfleto a favor de la diversidad.
Latrama central pertenece intacta en ambas cintas: un grupo de genteacaudalada tiene como pasatiempo hacer una cena donde cada invitado debellevar a un "tonto", para entre todos burlarse de ellos. El que lleveal más tonto gana.
Curiosamente,la cinta original nunca muestra la famosa cena, centrándose únicamenteen la serie de enredos que provocan las tonterías del irritante señorPignon, en la vida amorosa de su anfitrión en la cena, el señorBrochant.
Pero mientras el original francés no tiene empacho en burlarse de las tonterías y enredos que causa el señor Pignon, el remakeamericano no sólo se muestra avergonzado de su cáustica premisa(burlarse de los tontos), sino que además deriva en una clase de moralsobre la aceptación y tolerancia a los que son diferentes.
Lamesa estaba puesta para una gran cena: Steve Carell como el tonto, PaulRudd como un oficinista que con tal de subir de puesto aceptaparticipar en el juego de la cena con sus poderosos jefes, y ZachGalifianakis como el jefe de Carell, quien resulta tanto o más estúpido yextravagante que su empleado.
Peroni ese combo que parecía de risa loca (los momentos de carcajada sonmínimos) puede salvar a esta cinta cuyo principal pecado es sucorrección política, haciendo que el personaje de Paul Rudd searrepienta de tratar Carell como tonto, en un final que pareciera rezar:"Todos somos especiales".
Hasta un tonto de antología como Homero Simpson gritaría "¡Aburrido!", al ver esta cinta tan políticamente correcta.