Por Víctor Serrano Lira

Los hermanos Gallagher, a corazón abierto

Hace siete años que Oasis entró en coma, pero su corazón sigue latiendo. Sus pulsaciones ya no son las mismas que hace 20 años (¡20 años!), pero de alguna manera se las arreglan para que la sangre siga circulando. Ya sea con reediciones de sus obras maestras, presentaciones en directo de Noel Gallagher y los High Flying Birds y próximamente de Liam con su debut en solitario, el hijo pródigo de Manchester se niega a secarse.

Nos lanzamos a ver Oasis: Supersonic, el primer documental en forma dedicado al quinteto. Y nuestra impresión es que 122 minutos son insuficientes para capturar la trayectoria de un grupo que definió un sonido, una época, y que revivió al rock británico, ni más ni menos.

Así lo entendieron el director Mat Whitecross y los hermanos Gallagher, quienes firman como productores ejecutivos. Ante la imposibilidad narrativa de retratar casi dos décadas de historia (de 1991 a 2009), se enfocaron en un periodo de dos años y medio, de 1994 a finales de 1996, una etapa en la que Oasis fue –categóricamente y por méritos propios– la banda más grande del mundo.

A estas alturas es prudente una friendly alerta de spoilers. En Supersonic los espectadores no encontrarán referencias al britpop, ese gran movimiento que equilibró el rock de los 90, que sin proponérselo tomó el relevo del grunge, de raíces estadounidenses, y que, con la muerte de Kurt Cobain en abril de 1994, entró en decadencia. Así, mientras el líder de Nirvana se pegaba un escopetazo en su casa de Seattle, en los dominios del imperio británico grupos como Blur, Supergrass, Elastica, The Verve, Ocean Colour Scene, Pulp y Suede concibieron un monstruo mitológico que saltó de la isla para conquistar al mundo. Ese monstruo era azul, rojo y blanco, usaba polos de Fred Perry… y Oasis era la cabeza.

En Supersonic las referencias a ese sismo cultural son mínimas. Una brevísima aparición de Richard Ashcroft y paren de contar. De la misma forma, no hay claves que expliquen la disolución de Oasis, ni su impacto en los cinco continentes. Sin embargo, lo que el documental omite lo gana con creces cuando narra esos meses frenéticos, en los que pasaron de ser descubiertos por Alan McGee (ejecutivo de Creation Records) en un discreto club de Glasgow (el ahora mítico King Tut’s Wah Wah Hut) a ofrecer dos históricos conciertos en Knebworth, ante 250 mil afortunados seguidores que consiguieron una entrada para un par de shows sold out que quisieron ser atestiguados, según cifras oficiales, por 1.4 millones de británicos.

Otra de las virtudes de la cinta es la profusa exhibición de material inédito. Se puede observar a Liam, Noel y su hermano mayor Paul Gallagher durante la niñez, en imágenes acompañadas en voz de off de lúcidos recuerdos de su madre, Peggy Gallagher, la auténtica heroína de esta historia, una mujer que tuvo que proteger a tres pequeños de un padre irresponsable, abusivo y violento, al que terminaron por abandonar sin mirar atrás y que, ironías de la vida, impulsó a través de la rabia el talento de sus dos hijos menores hasta alturas insospechadas.

Supersonic es un documental profundamente biográfico, pero su sello es la música, en particular la contenida en dos álbumes excepcionales: Definitely Maybe, de 1994, y What’s the Story? Morning Glory, de 1995. Con ese magnífico soundtrack eléctrico sonando de fondo, la fascinación por Oasis se explica a través del retrato familiar de dos personajes con todo en contra, habitantes de vivienda popular, consumidores de marihuana con hábitos delictivos y beneficiados por la ayuda de desempleo, cuya tabla de salvación fue su enorme talento para crear canciones. Y es que, más allá de su tormentosa relación (los innumerables conflictos entre ellos suelen opacar su genialidad de una forma muy barata), los Gallagher pintaron obras maestras a prueba del tiempo, Noel como cerebro creativo y Liam como el corazón emocional. Al respecto, en diferentes momentos de la cinta, el guitarrista y compositor de los himnos de Oasis suelta verdades como montañas: “Nunca pasaremos de moda. Nuestros discos estarán en las tiendas para siempre”.

Con todo y sus ausencias, Supersonic vale la pena, te guste Oasis o no. Otra de sus fortalezas son los testimonios frescos de los Gallagher (cada uno grabó por su parte, no se encontraron en la filmación de la película), pero también del resto de la banda, que pese a haber vivido en un marcado segundo plano esa aventura, tienen voz y aportan sus recuerdos a este cuento de hadas. Así, Paul ‘Bonehead’ Arthurs, Tony McCarroll, Paul ‘Guigsy’ McGuigan y Alan White ganan crédito como creadores de canciones que definieron una era y que, dos décadas después, nos siguen emocionando, aunque ya sólo las escuchemos en Spotify.

Oasis: Supersonic se exhibe exclusivamente en Cinemex, en diferentes salas de la CDMX, así que consulta la cartelera porque los buenos documentales no suelen durar mucho tiempo en ella.