Por Orianna Paz

El regocijo de la herida

Las heridas cierran y sanan generalmente cuando se las atiende y se las cuida. Sin embargo, el ser humano suele disfrutar del dolor que causan y cuando tiene una costra lo invade el enorme deseo de rascarse para sentir de nuevo la sangre caliente recorrer la carne abierta. El dedo en la llaga, la celebración de la pus y la podredumbre de una herida que nunca cierra es el eje central, a manera de metáfora, de Navajazo, la ópera prima del sociólogo y cineasta Ricardo Silva.

Este ensayo visual que fluctúa entre la ficción y el documental, con personajes reales de cuyas bocas salen diálogos prefabricados, elaborados en su mayoría por ellos mismos, quienes sí, se interpretan también a sí mismos en situaciones cotidianas que reflejan la atmósfera decadente y hostil de la frontera tijuanense, proceso que el realizador califica como “etnoficción”, es una constante provocación y un desafío para el espectador a quien no deja para nada indiferente, por el contrario, llega incluso a producirle repulsión y náusea por su exhibición tan descarnada y directa de una realidad que nadie quiere ver.

Por eso es tan importante este manifiesto y su exhibición sin concesiones de la más lastimosa miseria humana, un reflejo no sólo de la sociedad tijuanense sino de la profunda degradación del tejido social en nuestro país. Así vemos a cuadro a personajes sumidos en la más honda marginación, un coctel donde lo mismo encontramos junkies, prostitutas, productores de cine porno, dealers, migrantes o hasta un individuo darkie satánico y al mismo tiempo profeta llamado “el muerto”, ex presidiarios, indigentes y demás fauna que sobrevive en la inhóspita y polvorienta Tijuana.

Una de las propuestas del cine nacional más interesantes y menos convencional de los últimos tiempos.