Por Carlos Arias

Este es un drama musical, cargado de comedia, pasajes de ópera y momentos patéticos y sublimes. La película lo advierte desde el inicio, cuando la banda sonora se arranca con la 25 de Mozart, la misma sinfonía que daba inicio a la historia de Amadeus (Forman, 1984). Como en aquella, el protagonista es un talento incomprendido en un entorno hostil, solo que en este caso se trata de un chico gordito y tímido en un suburbio obrero de Port Talbot, Gales del Sur, que alcanzará su momento de gloria cuando participe en un reality de televisión que lo vuelve una celebridad mundial.

Esta es la historia de Mi gran oportunidad (One chance, 2013), dirigida por David Frankel, la biografía de Paul Potts (interpretado por el comediante inglés James Corden), un ignoto vendedor de celulares que en 2007 ganó la primera edición del concurso de aficionados “Britain’s got talent”. En ese programa Pott se hará famoso cantando “Nessum dorma” de Puccini, el aria de ópera con la que arranca lágrimas instantáneas a la audiencia y que lo lleva a la fama mundial a través de YouTube.

A la manera de Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), el chico que soñaba con ser bailarín en medio de una comunidad minera machista y conflictiva del norte de Inglaterra, Paul Potts es un cantante con talento natural que ha nacido en el sitio equivocado. Un niño que crece soñando con cantar ópera y que debe superar la violencia de las barriadas y las barreras sociales, que lo hacen víctima del bullying o lo condenan a una vida sin expectativas. La película comparte además con Billy Elliot a la actriz Julie Walters, que en aquella era la maestra de ballet del protagonista y aquí es la mamá del chico cantante.

Mi gran oportunidad va más allá de simplemente explotar un tema de moda en torno a este personaje, que en la vida real se convirtió en una celebridad, y avanza hacia un retrato de la clase trabajadora en los suburbios industriales británicos. Un cine que recuerda al “free cinema” inglés o a un Ken Loach con duros obreros curtidos por la crisis eterna y los bajos salarios, bebedores de cerveza para quienes la vida real está muy lejos de la ópera o el ballet.

El personaje se encuentra en el camino con varias “oportunidades” en las que sale derrotado una y otra vez, como muestra de ese mundo sin esperanzas, del que lo salvan la ópera y sus amores con Julz (Alexandra Roach), una chica a la que conoce por Internet y con la que es tal-para-cual.

Por ello, lo mejor de la película no es la historia del salto a la fama de Potts, ni siquiera la relación del personaje con la ópera, sino su vida personal, su relación con Julz y el retrato de ese mundo asfixiante que en circunstancias normales lo condenaría a trabajar en las fundiciones de acero. Mientras tanto, la historia nos receta una buena cantidad de arias famosas, desde el “Non piú andrai” o “La donna é mobile”, hasta pasajes de La Boheme o Aída. El resultado es una comedia en torno a un personaje que parecería condenado al fracaso, pero que termina imponiéndose contra todo pronóstico adverso.