Por Josue Corro

Imagina que

el Sexto sentido se mezcla con High School Musical o una telenovela

mexicana. Como puedes imaginar el resultado peca de cursi, inverosímil y

plagado de clichés. Y es una lástima que un director como Burr Steers -el hombre que

nos regalo esa oda al teen angst llamada Igby

Goes Down-, se dejó seducir por los encantos taquilleros de Zac Efron, y no

tuvo el valor para escoger un actor que a menos tuviera la decencia de saber

cómo llorar frente a una cámara.

Porque, te

advierto, el llanto es la única constante de esta película sobre una par de

hermanos que sufren un accidente en auto, que tiene como resultado la muerte de

ambos. Sam, el pequeño fallece tras el choque, y Charlie, el mayor, muere en

vida al no poder canalizar la culpa, y deja a un lado sus planes (como una beca

en Stanford), y se convierte en el cuidador de un cementerio.

Pero esto no es lo más bizarro del asunto. Charlie ve al fantasma de su hermano

y juega beisbol con él todos los días a la misma hora… hasta que conoce a una

linda chica, Tess, quien está rezando frente a la tumba de su padre. Este

choque emocional entre la culpa y el amor, logran que Charlie por fin logre

entender el sentido de su vida.

O… al menos

eso creemos porque Efron emite una sola mirada, el mismo ritual para quitarse

la playera, y el mismo gesto durante toda la película.

Es como un

capítulo de Mujer… casos de la vida real,

pero para adolescentes.