Por Ira Franco

Aunque se trate de una historia de familia disfuncional en Hollywood, no hay en Maps to the Stars (Cronenberg, 2014) la intención chabacana de hacer crítica social: en realidad esta cinta apela más al malestar de un cuerpo al saberse parte de la pesadilla de la normalidad, cuando despertar no es una opción.

Éste es el rol con que Julianne Moore ganó el premio a Mejor Actriz en Cannes 2014, en el que interpreta a una actriz que alguna vez fue la favorita de todos los directores, pero que, al envejecer, enloquece de a poco. El personaje de Moore es víctima, o perpetradora, como se quiera ver, del ambiente de hiperrealidad enardecida y demente que supone Hollywood tras bambalinas.

Los fans de Cronenberg asistirán a un espectáculo similar al de sus películas noventeras —desafortunadamente, parece que el Cronenberg ochentero es casi imposible de conjurar—: más parecido en el horror al vacío de Crash (1996) y eXistenZ (1999) que a la cerebral Cosmópolis (2012). Una de las cosas más notables de esta historia es la estructura de tragedia clásica con la que se mueven los personajes: el motor psicológico son los secretos y su perdición es la manía de mentirse a sí mismos hasta el final.

A pesar de que el resultado no es del todo unificado, hay algo tóxico a nivel somático en Maps to the Stars, algo que ya parecía perdido o tristemente superado en Cronenberg. Es una buena noticia