por Alejandro Alemán

Esta es la historia de un hombre que,

de entre todas las disciplinas que maneja, la que mejor ejecuta es la

rebelión. Conozcan a Philippe, equilibrista, mago, artista callejero,

malabarista. Su meta: "conquistar escenarios"; su sueño: tender

un cable en lo más alto de las torres gemelas y cruzarlas caminando

sobre él.

El 7 de agosto de 1974 este hombre

(que por algún chiste irónico del destino se apellida Petit)

hizo lo impensable: él y un grupo de amigos instalaron un cable de

manera clandestina entre las dos torres del World Trade Center en Nueva

York. Esa mañana los neoyorkinos vieron a un hombre caminar entre las

nubes y acostarse en el cielo, rompiendo no sólo un puñado de leyes

sobre invasión de propiedad privada y demás sino, principalmente,

rompiendo la ley de gravedad.

La hazaña de Philippe es narrada por

él mismo y sus secuaces. Y es que un plan tan descabellado como éste

no podría realizarse sin una meticulosa planeación que incluyó no

sólo visitar las torres, sino hacer todo un plan para burlar la

seguridad,

meter equipo, tener escondites en caso de ser detectados, tomar fotos

de la azotea, y diseñar un método para cruzar de un lado al otro el

cable. El plan incluía no solo a los amigos de Philippe -y la

inspiración

que le daba su novia- sino incluso infiltrados que trabajaban en las

torres y que le dieron acceso a la información que necesitaba.

Los sueños llegan en los lugares menos

esperados. Philippe cuenta a cuadro que su obsesión por el WTC surgió

un día que hacía antesala en el dentista, ojeando una revista vio

un anuncio sobre la construcción de las torres gemelas, es ahí que

decidió que esa obra monumental sería su Monte Everest. El asunto

aquí es que cuando Philippe decidió conquistar las torres, estas aún

no se construían. Paciente, Philippe fue tomando práctica con

construcciones

más modestas pero no menos importantes: caminó por un cable tendido

en la catedral de Notre Dame y después entre las torres del puente

Harbour en Australia.

Si bien esta anécdota es

suficientemente

poderosa en símisma, son dos elementos que hacen mágica a esta

cinta: el director narra la historia como si se tratara de un thriller,

juega con los tiempos, mezcla material fotográfico y de video de los

archivos de Philippe y lo complementa con escenas dramatizadas con

actores.

La mezcla entre ambos materiales pasa desapercibida y cumple su

objetivo:

sumergir a la audiencia en una historia tan fascinante como improbable.

Pero aún más emocionante que la hazaña

misma, es la narración de Pettite, quien a cuadro se convierte en el

retrato perfecto de la pasión, la locura, y la osadía. "Sé que

podía morir, pero qué hermosa muerte es esa que llega haciendo lo

que más te gusta".

Al final, Philippe Petite caminó

ocho veces entre las torres gemelas aquella mañana de agosto. Por

supuesto

fue arrestado bajo los cargos de invasión a la propiedad privada y

perturbar la paz. Pero queda ahí el fabuloso legado de este hombre

que de alguna forma humanizó esas torres, antes de que la infamia las

convirtiera en aquella imagen humeante de alguna otra mañana que vendría

veintisiete años después.