Por Carlos Arias

Esta historia transcurre en Alemania, en el año 1945. Termina la Segunda Guerra Mundial y los ejércitos aliados toman el control del país. Aquellos que participaron en el régimen saben que serán perseguidos por los crímenes que cometieron y empiezan a tratar de borrar sus huellas. En ese mundo en caída, las fogatas son para quemar fotos y documentos comprometedores.

Lore (Gran Bretaña, Australia, Alemania, 2012), dirigida por la australiana Cate Shortland, es la crónica de una de estas familias acomodadas del Tercer Reich, que no sólo ven el fin de la guerra sino también de su mundo y de sus creencias de superioridad racial.

Con el padre y la madre ausentes, miembros de las SS y al parecer involucrados en crímenes de guerra, la adolescente Lore (Saskia Rosendahl) deberá iniciar un recorrido por la Alemania devastada para sobrevivir junto a sus hermanos, dos niños gemelos, un bebé y una hermana menor.

Por primera vez Lore verá cara a cara a aquellos que la propaganda oficial condenaba como inferiores, a judíos o discapacitados, lo que pone en crisis la ideología que ella había conocido como única realidad posible.

Las historias sobre jóvenes y adolescentes en el Tercer Reich se convirtieron en un tema actual, a partir de la línea establecida por la serie Los hijos del Tercer Reich (2013), que seguía las historias de un grupo de jóvenes nazis durante la guerra.

Se trataba de historias polémicas, en la medida en que mostraba las creencias de los alemanes, por lo que muchos han llegado a temer que al “humanizar” a los nazis el mundo termine por perdonar sus crímenes, algo que sería inaceptable.

En este caso, las penurias que pasan Lore y sus hermanos, y los horrores que empiezan a conocer, no apuntan a relativizar los crímenes de Alemania sino al contrario, a descubrirlos y a mostrar la responsabilidad de los ciudadanos de ese país. Mientras, la adolescente Lore no solo irá conociendo el mundo de horror del que sus padres eran parte, sino que también empezará a madurar y a conocer el amor y el deseo, a partir del encuentro con un misterioso refugiado llamado Thomas (Kai-Peter Malina), con el cual ella establece una relación ambigua de atracción y temor.

La película ofrece un retrato descarnado y a veces cruel, que desafía al espectador a enfrentarse cara a cara con el horror de la guerra y del régimen nazi. La fotografía es uno de sus puntos fuertes. La directora Cate Shortland opta por una cámara inestable, en perpetuo movimiento al estilo documental, que ofrece el marco para ese mundo en pleno derrumbe, mientras que los colores luminosos del principio dan lugar a los tonos fríos que muestran el abismo en el que caen los personajes.

La recreación del mundo del fin de la guerra es otro de sus puntos altos, resultado de una investigación en la que participó la directora, a partir de documentos y testimonios de sobrevivientes de la época.