Cada año miles de damas en busca del amor descienden sobre la ciudad de Verona en Italia, el lugar donde residía la Julieta de Shakespeare, con el propósito de recibir orientación romántica de esta trágica heroína. Para que sus cartas sean lleguen a manos de Julieta son colocadas en una pared ubicada cerca del balcón donde Romeo supuestamente hizo su famosa visita nocturna y de correr con suerte alguna de las secretarias de Julieta, escritoras oficialmente seleccionadas para este fin, les enviara una respuesta.
En la película de Gary Winnick Letters to Juliet la joven Sophie (interpretada por una irresistible Amanda Seyfried) pasa una temporada trabajando como secretaria de Julieta y termina acompañando a una viuda británica (Vanessa Redgrave) de cierta edad que intenta volver a encontrar al novio italiano que ella dejo abruptamente hace casi 50 años, y de lo cual se arrepienta. Sin duda alguna que se trata de un guión algo rebuscado y poco probable pero tampoco es que vaya mas allá de los limites de cualquier otra comedia romántica hollywoodense y esta por lo menos ofrece un aspecto muy agradable al permitirle a los cineastas ambientar la mayor parte del largometraje en la pintoresca ciudad de Verona, donde Seyfried y Redgrave inician una soñadora travesía por la campiña.
La dinámica madre-hija encantadora creada entre la joven samaritana Seyfried y la enamorada abuela encarnada por Redgrave lleva en sus hombros Letters to Juliet, logrando que aceptemos como algo posible su trama exagerada y poco probable. Pero este esfuerzo es saboteado en gran parte por los mediocres hombres de Juliet: Gael García Bernal (Y tu mamá también) y Christopher Egan (Eragon, serie de televisión Kings).
Si bien García Bernal suele ser excepcionalmente bueno, aquí su participación no va más allá de ser parte del mobiliario del set. En cuanto al futuro ex prometido, este dueño y gerente de restaurante parece más interesado en conseguir los ingredientes necesarios para su nuevo menú que de prestarle cuidado a su relación por lo que pareciera estar repitiendo a lo largo de toda la historia el mismo repertorio como si se tratara de un episodio del programa Twilight Zone. El que lo va a relevar de su función inicial, encarnado por Egan, es un tonto insufrible que de alguna manera debemos aceptar que es un eminente abogado y gran defensor de los derechos humanos en su tierra natal, Inglaterra — y no podrá convencernos de ello ni siquiera mostrando a la cámara su diploma de graduado universitario en leyes.
La trama romántica secundaria que se desarrolla entre él y Seyfried es igualmente incrédula y cuando pasa la historia a centrarse en ellos la energía se pierde por completo. Ya sabemos que en las películas para público femenino los personajes masculinos ocupan un lugar secundario — incluso cuando son escritas y dirigidas por hombres — pero en Letters to Juliet son casi que una ocurrencia tardía añadida para el agrado de las espectadoras más juveniles. Después de todo no se puede pretender que Seyfried, por más talentosa que sea, pueda sola convencernos que le interese realmente el tonto imbécil encarnado por Egan, ni siquiera con la banda sonora de Taylor Swift a todo volumen para respaldar su causa.