Por Jaime Azrad

Los estragos de las guerras marcan generaciones e incluso sociedades enteras. La segunda guerra mundial y el holocausto Nazi son sin duda, uno de los eventos más representativos del siglo XX.

La llave de Sarah ejemplifica a la perfección cómo es que la guerra no ha acabado del todo, y quizás nunca lo hará, pues la cantidad de historias que continúan sin haber sido escuchadas superan por mucho a las que el cine, la literatura y otros medios nos han narrado sin cesar.

Con una sensibilidad absoluta, la cinta abarca la trama de Julia Jarmond (Kristin Scott Thomas), una periodista que se da cuenta de que el departamento al que su marido pretende mudarse perteneció a una familia judía en la década de los 40. Dispuesta a investigar todo lo que les sucedió, se encuentra con la historia de Sarah Starzynski (Mélusine Mayance).

Sarah es una niña de 10 años, hija de una familia judeo-francesa que fue arrestada para ser exterminada. Cuando la policía toca la puerta de su departamento, ella convence a su hermano pequeño que todo se trata de un juego, escondiéndolo en un armario bajo llave, con la ilusión de regresar por él en cuanto pueda.

Lo que Julia descubre a través de las escenas de la película la vinculan con la historia de la familia que habitaba su nuevo hogar, y motivada por la poca justicia que ella pueda hacer con sus recursos, se decide a encontrar la forma de dar con alguien que sepa algo de Sarah.

La primera hora de la cinta es simplemente espectacular. El guión, la fotografía y la impresionante actuación de Mélusine Mayance dejan impávidos a cualquier espectador. La forma en que se narra el Vel’ d’Hiv (una redada de la policía francesa para deportar a su población judía), está llena de momentos que valen la pena; bien estructurados, los diálogos y las interpretaciones logran una identificación bastante rápida con la audiencia.

Al transcurrir los siguientes 60 minutos, la historia se enreda en las complicaciones de Julia para conseguir información y en sus travesías para lograrlo, perdiéndose en varias ocasiones entre cabos sueltos y tramas subalternas que rebajan la esencia lograda en la primera parte.

Las perspectivas culturales de la cinta y su claro discurso sobre las consecuencias del holocausto en el tejido social contemporáneo quedan, sin duda, plasmados en la pantalla. No se trata de sólo llorar por lo sucedido, sino de entender que tiene que ver con nosotros más de lo que imaginamos.

Para muchos, el conflicto europeo que desató la matanza de millones está enterrado en el pasado, en un lugar en el que nadie quiere mirar. Para otros, es un evento latente, digno de seguir filmándose y de constante recuerdo.