Por Oswaldo Betancourt

La Jaula de oro se ha ganado con mucha razón cada uno de sus premios.

Juan, Sara y Samuel son tres jóvenes guatemaltecos que cruzan la frontera y llegan a México, aunque su plan es llegar hasta Estados Unidos. Una vez en nuestro territorio, conocen a Chauk, un indígena de la sierra de Chiapas que no habla nada de español. Luego de un incidente Samuel decide ya no seguir con ellos, los otros tres continúan, pero se enfrentarán a un camino lleno de obstáculos, unos más grandes y amargos que otros (desde la persecución por parte de la policía y luego del ejército, hasta diferentes escenarios con el crimen organizado), y aunque su ruta no es sencilla, sólo les queda seguir adelante.

Es como si los protagonistas fueran epítome de los migrantes, les pasan tantas cosas que parecería que la mala suerte es un personaje más que los acompaña todo el tiempo.

La película de Diego Quemada-Diez es incómoda, cruda, necesaria e importante. Incómoda porque nos muestra un tema del que no somos plenamente conscientes, sabemos de él pero lo ignoramos y eso no ayuda a su solución. Cruda por exhibirnos esta realidad tal cual es: difícil, azarosa, cruel. Más de una vez te quedas con la boca abierta, incrédulo antes los hechos que suceden en la pantalla.

Por estos factores resulta ser también una cinta necesaria e importante, nos abre los ojos ante una problemática que nos parece ajena y no es así (es una idea completamente equivocada), no podemos quejarnos por el trato que reciben nuestros migrantes al cruzar la frontera e ignorar a los centroamericanos que atraviesan todo nuestro país.

Quizás la historia resulta más impactante porque vemos a unos adolescentes en vez de adultos. Y ya que estamos hablando del reparto (conformado por Brandon López, Rodolfo Domínguez y Karen Martínez) hay que destacar su participación, pues no son actores profesionales y eso se nota al verlos en la pantalla, pero esto dicho en un buen sentido, su presencia ante la cámara se siente muy natural y potencia la verosimilitud del filme.

Otro elemento a destacar es la fotografía, que está a la altura del guión, y es un detalle extraordinario ver al Padre Alejandro Solalinde haciendo de sí mismo (él ayuda, en la vida real, a los migrantes de Centroamérica en su paso por nuestras tierras, tarea por la que ha recibido amenazas).

En fin, además de ser una excelente película de denuncia que te mantiene a la expectativa durante sus casi dos horas, te deja algo, luego de ver esta coproducción de México y España te quedas pensando en este tema y da material para discutir (uno de sus objetivos: que se hable de esto) y los más interesados quizás se decidan a actuar. Sin duda estamos en un buen momento de la industria cinematográfica nacional y ojalá lleguen más proyectos de este tipo a las salas.