En 1974, Richard M. Nixon renunció a la presidencia tras el escándalo Watergate. La transmisión televisiva de este evento rompió récords de audiencia a nivel mundial. Uno de los televidentes era David Frost, un periodista de espectáculos tuvo una visión: entrevistar a Nixon con el fin de vender el material y ganar mucho dinero. Las entrevistas marcaron la política de Estados Unidos… y alguien debía contar la historia.


El director Ron Howard vuelve sus melodramas biográficos (Apolo 13, Mente brillante, El luchador), y filma su mejor cinta hasta el momento: un duelo entre dos hombres, que buscan escabullirse de los golpes de la verdad, de la humillación y redimirse ante sus propios miedos: Frost, trata de demostrar su seriedad como periodista, mientras que Nixon evade las tretas que lo orillen a admitir su fraude-gate. Las actuaciones de Michael Sheen y Frank Langella (el mejor Nixon de la historia, lo siento Sir. Hopkins) cimentan una narración que surca entre un drama político y el suspenso. Es impresionante cómo Howard logra adentrarnos en la mente (e incluso simpatizar) con uno de los personajes más repudiados de la cultura norteamericana. Con una mezcla entre la ficción, con la realidad de la lucha del equipo de Frost por inlculpar a Nixon, Howard expone una fórmula perfecta para presentar una nueva generación de dramas políticos: verlos no como un reporte de CNN, si como una épica lucha deportiva entre el bien y el mal.